Respecto a la complicada cronología de Candy Candy Final Story, hay diferentes teorías, y basé mi historia conforme mi propia interpretación. No tienen por qué aceptar mi cronología, pero espero que este capítulo sea de su agrado, él más largo hasta ahora.
Tengan en cuenta que el flashback del capítulo anterior no ha terminado, así que este capítulo continúa donde éste se quedó.
Mi gratitud a mi querida amiga QuevivaCandy! ❤ ❤
-Ms Puddle
Capítulo 4
Candy no podía creer cuando vio que Albert era el único que la esperaba, sosteniendo un gran ramo de flores. En cuanto vio a Candy y a su chaperona, la Sra. Watts, saludó con su mano libre en su dirección, acompañado de una genuina sonrisa de felicidad. Entonces Candy escuchó a la Sra. Watts jadear, “¡Wow! ¡Qué hermoso ramo!”
Solo entonces Candy supo con certeza que no estaba soñando. Cuando se acercaron, la dulce fragancia de las flores flotó hasta su nariz, y Albert le dijo con una irresistible sonrisa en el rostro, “Para ti, Candy. Yo mismo las recogí.”
Era un ramo de azucenas, orquídeas y jazmines de Madagascar. Ella estaba más que perpleja. Él aparentemente había cambiado, pero qué exactamente no podía señalar. Además, el momento en que recibió el ramo, él le dio un beso en la mejilla, diciendo, “Gracias por haber aceptado venir.”
Antes que pudiera responder, él le entregó un pequeño regalo a la Sra. Watts y le agradeció por haber cuidado de Candy. “El placer fue mío, Sir William. La Señorita Candice es una muchacha muy agradable.”
La Señora Watts había enviudado hace poco, perdiendo a su esposo en la Gran Guerra a principios del año pasado. Era la hija de una amiga de Madam Elroy, y tenía demasiado tiempo libre que disfrutaba ser una chaperona de vez en cuando.
Así que cuando preguntó sobre Madam Elroy, Albert le explicó por qué su tía había decidido no ir a Miami, “Ella no se siente muy bien, y no quería viajar tan lejos.”
“¿Archie no ha llegado todavía?” preguntó Candy, ya más tranquila.
Albert negó con la cabeza, no obstante sonriendo. “No, dijo que tenía algunos asuntos de última hora que atender.”
“¿En serio?”, ella respondió, levantando una de sus cejas de manera inquisitiva. Tenía una fuerte sensación que eso era un pretexto de Archie. Sabía que desde un principio él no tenía planeado asistir a esta fiesta de inauguración. Después de todo, los Leagan habían sido parte de quienes más fuertemente se habían opuesto a su compromiso con Annie. “¿Y en dónde está George, Tío Abuelo William?”
Él comprendió que ella tenía que dirigirse a él de esa manera en público, pero nunca le había agradado, así que una arruga apareció entre sus dos cejas, pero fue solo por un momento. Luego respondió, “Oh, George está sumamente cansado. Dijo que esta noche se iría a descansar temprano para que pueda ir con nosotros mañana a la fiesta de inauguración.”
Habiendo dicho eso, tomó sus equipajes y condujo a ambas mujeres hacia un carruaje que los esperaba. Durante el trayecto, les dijo que había reservado una mesa para tres en un restaurante del hotel, pero la Señora Watts educadamente rechazó la invitación, “Lo siento, Sir William. Voy a reunirme con mis amigas aquí en Miami.”
Albert fue tomado ligeramente por sorpresa. Entonces la Sra. Watts le explicó que había pensado que su deber había terminado. Acompañaría de nuevo a la Señorita Candy en su viaje de regreso.
Él le asintió y luego con una sonrisa se volvió hacia Candy. “Entonces solo somos tú y yo. ¿Me harías el honor, Candy?”
¿Cómo podría ella decirle a él que no?
Descansaron alrededor de media hora en sus habitaciones de hotel antes que Albert llegara a recoger a Candy para ir a cenar. Había reservado tres habitaciones, una para George, una para él, y una suite para Candy y su doncella personal. A pesar de haber sido invitado a hospedarse en el nuevo complejo propiedad de los Leagan, Albert había rechazado la oferta.
Después de ordenar sus platos, Candy y Albert pasaron toda la cena hablando y hablando de sus interminables temas. Pronto él trajo a colación el progreso de la reconstrucción, y ella estaba encantada de escuchar que la fase de preparación y diseño iba bien. No tocarían la capilla, y habían planeado añadir una nueva habitación destinada para los invitados, así que una vez más, ella le expresó su profunda gratitud con respeto, lo cual lo preocupó. Él se apresuró a decir, “Candy, quiero que tengas tranquilidad. No te quedarás en el Hogar de Pony para siempre ya que con el tiempo te casarás, pero siempre podrás regresar a visitarlos.”
Al ver que ella abría la boca de par en par, prontamente se aclaró la garganta y cambió de tema, “Cuando estuve en Nueva York, los afiches de Hamlet presentada por el Teatro Stratford estaban por todas partes. Ya iban por su cuarta temporada. Escuché que se presentarían en Londres la próxima primavera.”
Ella se limitó a asentir en silencio. La incomodidad prontamente llenó el ambiente, y él lamentó haber abordado ese tema. Durante los días que vivieron juntos, ella había sido capaz de contarle todo a Albert, pero desde que descubrió su verdadera identidad, él percibió que ella le ocultaba secretos, como si intencionalmente hubiera puesto un muro entre ellos. En primer lugar, él estaba extremadamente ocupado una vez asumió sus responsabilidades como director de un imperio empresarial. Sin embargo, siempre que tenía oportunidad, había tratado de acercarse a ella, pero ella ya no estaba tan abierta como solía estarlo antes. Por ejemplo, raramente, si es que nunca, volvió a mencionar a Terry y a Susana. En otras palabras, el descubrimiento de su relación legal inevitablemente los había apartado, y no importaba cuanto se hubiera esforzado Albert para tratar de enmendarlo, Candy había permanecido un poco enojada o a la defensiva con él. A veces deliberadamente lo había alejado llamándolo Tíííoabuelo William o tratándolo como a una persona mayor, incluso en privado, aunque ella estaba plenamente consciente que eso le molestaría.
A ese momento, Candy rompió el incómodo silencio, “El verano pasado, la Señorita Eleanor Baker me envió una invitación para que fuera a ver Hamlet en otoño.”
Era la primera vez que él escuchaba sobre esto. Cuando arqueó las cejas en asombro, ella le contó que la Señorita Baker le había enviado una carta a su antigua dirección, y la casera del Apartamento Magnolia reenvió la carta al Hogar de Pony. Luego añadió, bajando la mirada, “Le agradecí en mi respuesta pero le expliqué por qué decidí no ir.”
“¿Entonces no fuiste? ¿Por qué no?” Albert no pudo evitar preguntar. Estaba muriendo por saber si Candy todavía sentía algo por Terry, ahora un reconocido actor en Broadway, o si sus sentimientos hacia él habían revivido de alguna manera.
Entonces Candy le contó sus motivos a Albert, que si hubiera aceptado la invitación habría estado tentada a hablar con Terry, pero debido a su promesa a Susana, fue mejor después de todo que no fuera.
Luego Albert le hizo una pregunta válida, “¿Qué hubiera pasado si no le hubieras hecho esa promesa a Susana? ¿Habrías ido a Broadway?”
Él sabía lo que había sucedido en Rockstown, que Candy había visto con sus propios ojos lo destrozado que Terry había estado, pero Candy ni siquiera habló con él en ese entonces. ¿Había sido su promesa a Susana lo que la había detenido?
No obstante, ni Candy ni Albert habían mencionado entre ellos Rockstown, ni siquiera ahora.
Candy pareció pensativa mientras desviaba los ojos hacia la ventana, perdida en sus pensamientos. Justo cuando Albert creyó que su silencio era un “sí”, ella alzó la voz, negando firmemente con la cabeza, “No, no iría. No tengo la intención de volver a alterar la vida de Terry. Sinceramente soy feliz por su tremendo éxito en su carrera. Además, Susana lo necesita más que nadie.”
Candy recordaba muy bien el contenido de la única carta que Susana le había enviado. Susana había mencionado “Terry es mi vida” y le había agradecido a Candy de todo corazón.
Por otro lado, las palabras de Candy en su diario resurgieron en la mente de Albert. Antes de marcharse de Londres, ella había escrito en su diario, ‘Quiero a Terry más que a nadie.’
Aunque habían pasado años desde su ruptura, necesariamente no quería decir que Candy hubiera superado por completo a Terry. ¿Todavía recortaba sus noticias en el periódico? El hecho que ella hubiera evitado hablar de Terry preocupaba a Albert, así como ¿Por qué no le había dicho una palabra sobre la invitación de la Señorita Baker? Debido a eso, Albert nunca tuvo la oportunidad de preguntarle a Candy cómo hubiera reaccionado si Terry hubiera aparecido frente a ella un día sin ningún motivo.
Entonces la voz de Candy interrumpió el hilo de sus pensamientos, “Basta de hablar de mí, Albert. ¿Qué hay contigo?”
“¿Qué hay conmigo?” preguntó, aparentemente sin tener idea de que hablaba.
Le tomó a ella un buen rato antes de poder reunir cada onza de valor para preguntarle esto, “¿Estás viendo a alguien en particular?”
“¿Viendo a alguien?” repitió con vacilación, considerando su pregunta por varios segundos. “¿Me estás preguntando si estoy cortejando a alguien?”
Ella se mordió el labio inferior y asintió, preparándose para la respuesta. Para su sorpresa, él se echó a reír, y ella refunfuñó, “¡Albert!”
Albert trató de reprimir la risa, la cual volvió a brotar con otro par de resoplidos. Candy se sonrojó intensamente, sintiendo las miradas curiosas de las personas alrededor de ellos, pero finalmente, Albert se recompuso y se cubrió la boca para toser. Entonces, con toda seriedad, la miró a los ojos y pronunció, “No. No tengo ni siquiera suficiente tiempo para dormir, mucho menos tengo tiempo o energía para cualquier placer en la vida.”
Ella se había quedado atónita, y él añadió con sinceridad, “Aunque debo decir esto…”
Hizo una pausa, y le lanzó una afectuosa mirada. Ella se le quedó mirando con expectación, esperando a que él continuara. Dijo seriamente, “Trato de exprimir un poco de tiempo entre mi apretada agenda para visitarte cada vez que puedo, Candy.”
De hecho él había visitado el Hogar de Pony de vez en cuando o se había mantenido en contacto con ella. No supo lo mucho que sus palabras habían agitado el alma de Candy, y en ese preciso momento, él sugirió, “¿Nos vamos, Candy? Debes estar cansada después de un largo viaje.”
Él era observador. Ella estaba exhausta del agotador viaje que le había tomado días y noches desde que había partido del Hogar de Pony, pero había extrañado hablar con él. Aunque asintió en reconocimiento, en realidad prefería seguir conversando.
En su camino hacia la suite del hotel, él le contó que su tía había querido que trajera una pareja a la fiesta de inauguración, pero que había logrado convencerla que llevaría a Candy en su lugar. “Porque en realidad no tengo a nadie en mente a pesar que he asistido a muchas reuniones sociales por motivos comerciales, así que si elijo una joven al azar, las personas van a empezar a especular cosas. Lo último que quiero ahora en mi vida es darle falsas esperanzas a una joven que ni siquiera conozco. Así que estoy muy contento que hayas aceptado venir, Candy. Me has salvado de muchos problemas innecesarios.”
Ella le devolvió la sonrisa con sentimientos encontrados. Por un lado, él fundamentalmente le afirmó que en este momento no tenía ninguna relación cercana con ninguna joven, pero por otro lado, ella en realidad no era su ‘pareja’. Seguía siendo su hija adoptiva ante los ojos de los demás.
Para entonces, habían llegado a su puerta, y él se inclinó hacia delante y le dio un ligero beso en la frente. “Buenas noches, Candy. Puedes dormir tanto como gustes, y no te molestaré hasta entrada la tarde. George ha contratado para ti una doncella personal, muy recomendada por una familia de la localidad, y su nombre es Stacy. Llegará mañana al mediodía.”
Candy estaba aliviada de quedarse sola esa noche, y sus párpados ya estaban pesados, así que también le dio las buenas noches y añadió, “Muchas gracias por la maravillosa cena, Albert. Me siento feliz que hayamos podido volver a hablar.”
En su rostro apareció una alegre sonrisa. Él pensó, extraño los tiempos en que vivíamos juntos. Extraño tus abrazos y tu confianza plena.
Pero en voz alta únicamente dijo, “Yo también.”
No podía culparla. Él mismo no le había prestado suficiente atención en los dos últimos años debido a su ajetreada agenda, pero últimamente las cosas habían mejorado bastante. Se estaba haciendo más eficiente en el trabajo, y había aprendido a delegar tareas a subalternos capacitados.
Por consiguiente, Albert podía prever asignar más tiempo para Candy. Incluso estaba contemplando una importante decisión en su propia vida, justo a tiempo para el vigésimo primer cumpleaños de Candy. De hecho, había querido hacerlo en mayo pasado cuando había cumplido veinte, pero en ese entonces, no se había sentido preparado. Primero, había respetado su deseo de ayudar en el Hogar de Pony, pero la gran distancia entre ellos habría sido un obstáculo para su relación, ya que no podían verse tanto como antes. Además, el sutil cambio en la actitud de ella hacia él lo había estado perturbando, y tuvo que enfrentarse a la dura realidad que él ya no era para ella el mismo Albert.
Por encima de todo, ella parecía estar feliz y satisfecha con su estilo de vida, prefiriendo llevar una vida simple y despreocupada a ser una verdadera dama, así que si le confesaba sus sentimientos, podría ahuyentarla o poner su mundo de cabeza. ¿Querría ella sacrificar su libertad para ser su compañera de toda la vida? ¿Estaba ella dispuesta a enfrentar los protocolos de la alta sociedad y las estrictas normas y tradiciones familiares, solo por él?
No obstante, su esperanza de alguna manera se había renovado cuando hablaron animadamente como iguales arriba de un árbol, después de su primer baile durante la fiesta de compromiso de Archie y Annie. Ella se había preocupado por él y había disfrutado estar con él, y él había sentido la conexión con ella una vez más. El vínculo entre ellos no se había debilitado como él había pensado, así que debió haber malinterpretado de alguna manera su previo comportamiento. Por lo tanto, había decidido aventurarse sin importar el resultado.
Candy durmió el día siguiente hasta pasado el mediodía y no abrió los ojos hasta que Stacy la despertó. “Señorita Candice, lo siento, pero tenemos que empezar a prepararla para la fiesta de esta noche.”
Aunque Candy tuvo problemas para ajustar su reloj biológico, obedientemente se levantó y engulló la comida que le llevaron a la cama. “¿Eso es todo? Todavía tengo hambre, Stacy.”
La doncella era un poco mayor que Candy, posiblemente de unos veinticinco años. Ella negó con la cabeza en señal de desaprobación. “Lo siento, Señorita Candice. No puede comer demasiado o de lo contrario no se verá bien en su vestido.”
Candy sacó la lengua de manera infantil, y Stacy ignorando el gesto le dijo, “Su baño está listo, Señorita Candice.”
A Candy nunca le había gustado que la ayudaran cuando tomaba un baño o cuando se desvestía, pero en esta situación, sabía que tenía que dejar que Stacy la ayudara. Entonces, un pensamiento se deslizó en su mente, está será tanto mi primera como mi última fiesta formal en mi vida.
Pero las conversaciones con Albert de la noche anterior la habían confundido. Creía que él decía la verdad cuando dijo que había estado demasiado ocupado en su vida como para estar viendo a alguien, pero a ella trataba de visitarla cada vez que podía. Sin embargo, al mismo tiempo, la voz de la Señorita Pony resonaba en sus oídos, Candy, mi querida niña… no te olvides, él es el único heredero del clan Ardlay…
Candy sabía en lo profundo de su corazón que a Albert no le importaban los orígenes de una persona tanto como a sus parientes e iguales. Había utilizado su autoridad para detener las oposiciones de su tía y de otros parientes y había dado un compasivo discurso antes de aprobar el compromiso entre Archie y Annie.
Sin embargo, Candy rápidamente recordó que la noche anterior Albert también había dicho que al traerla con él, se evitaría toda clase de problemas innecesarios.
Antes de darse cuenta, Stacy le dijo que era tiempo de vestirse. Después de secarla con una gran toalla, la doncella la condujo de vuelta a la habitación. Cuando sus ojos se posaron en el deslumbrante vestido de noche hecho a la medida que yacía sobre la cama, su boca se abrió de par en par. Algo en su interior se agitó; sabía que el corte y el color del vestido habían sido escogidos para favorecer sus rasgos y su menuda figura, y estaba en lo correcto. Encontró una nota adjunta en la enorme caja abierta:
‘Sir Ardlay me ha requerido solamente una cosa. El vestido y todos sus accesorios son para resaltar el color de ojos de la Señorita Candice y complementar su cabello rubio y rizado. Sinceramente espero que mi vestido terminado le haga justicia, Señorita Candice.’
Candy murmuró el nombre del diseñador al final de la nota, y Stacy comentó, “Él es uno de los mejores y más prestigiosos diseñadores de Nueva York, Señorita Candice.”
Candy tragó saliva. Albert había contratado específicamente a un diseñador para ella. Aunque su corazón estaba latiendo aceleradamente en su caja torácica, de repente el nombre del diseñador resonó como si fuera una campana. Recordó que Annie y Eliza previamente habían mencionado su nombre, pero ellas por lo general compraban lo que fuera que estuviera disponible en la tienda.
Cuando sus dedos se deslizaron a lo largo de la suave tela de satén, la sensación fue agradable. La doncella recalcó, “El satén definitivamente es de alta calidad, Señorita Candice. Además, creo que el diseñador utilizó un cinto de talle alto para resaltar su esbelta cintura, mi señora.”
Cuando Stacy deslizaba el vestido sobre la joven, le dijo a Candy que respirara profundamente antes de asegurar el cinto. Luego, después de atarle en los pies las correas de los zapatos de tacón a juego, Stacy condujo a Candy para que se parara frente a un espejo de cuerpo entero y añadió, “Tal como esperaba, Señorita Candice, el color esmeralda del vestido resalta a la perfección sus ojos, su sonrosada tez y su cabello rubio.”
La última vez que Candy se había sentido así, como en un sueño, había sido en Lakewood en la primera cena que tuvo con la Tía Abuela Elroy, Anthony y los demás, justo después de la adopción. En aquel entonces, su elegante vestido atrajo la envidiosa atención de Eliza.
“¿Dónde quiere que guarde este collar, Señorita Candice?” la pregunta de Stacy la trajo de vuelta a la realidad. La doncella estaba señalando el broche alrededor de su cuello, la única prueba para Candy que el Príncipe de la Colina había sido real.
“Oh, por favor guárdelo por mí en algún lugar que sea seguro. Es mi tesoro, Stacy.”
Stacy asintió y lo colocó bajo llave en la gaveta de la cómoda. Luego la doncella deslizó el collar con un pendiente de esmeralda en forma de corazón alrededor del delgado cuello de la joven. No pudo evitar sino exclamar, “¡Cómo la envidio, Señorita Candice! ¡Brilla justo igual que sus ojos!”
La joven se sonrojó aún más; todo el tiempo tuvo dificultad para sacarse de la mente el rostro de Albert. ¿Por qué hizo todo esto por mí?
La doncella dio unos pasos atrás después de asegurarle los pendientes que hacían juego con el collar. Ella dijo, “Señorita Candice, es tiempo de peinar su cabello.”
El resto fue borroso para Candy. Únicamente recordaba que le había pedido a Stacy no utilizar demasiado maquillaje. Cuando ella le preguntó por qué, Candy le respondió con una sonrisa afectada, “Soy una llorona.”
Stacy logró usar el suficiente polvo para cubrirle la mayoría de las pecas y tres tonos de sombras para embellecer sus ya preciosos ojos. Cuando finalmente terminó su tarea, la elogió francamente, “Mi señora, estoy segura que Sir Ardlay estará sumamente orgulloso de llevarla al baile.”
No mucho tiempo después de eso, escucharon un llamado a la puerta. Cuando Stacy abrió la puerta, Candy lentamente se levantó de su asiento, quedando frente al apuesto hombre ante ella. Él se quedó anonadado, mirando a la joven con evidente admiración.
Candy nunca antes había visto a Albert vestir un esmoquin negro, y cualquier podía ver que el color de su chaleco y pajarita hacían juego con su vestido. Él mismo se veía increíblemente elegante, su rubio cabello ondulado muy bien peinado, y su estatura podía hacerlo el hombre más destacable entre la multitud.
Los pasos en el pasillo los despertaron a ambos de su trance. George apareció e hizo una ligera reverencia, “Buenas noches, Señorita Candice.” También le asintió a la doncella.
Albert rápidamente enmascaró sus emociones y se acercó a la hermosa joven, extendiendo un codo hacia ella. Al principio ella estuvo un poco vacilante, pero respiró a manera de calmarse y deslizó su mano enguantada por su codo, permitiéndole que la guiara.
Stewart era el responsable de llevar a los invitados a la gran fiesta de inauguración. Los estaba esperando en el vestíbulo del hotel, vistiendo el mismo uniforme de chofer que llevaba puesto el día que fue a recoger a la pequeña Candy al Hogar de Pony para que fuera compañera de juegos de Eliza y Neil.
El corazón de Candy dio un vuelco, recordando ese duro tiempo en su vida. Eso también le recordó su resolución para resistir cualquier tentación de continuar su relación con Albert. Casi se había olvidado de ello después de haber pasado un magnífico tiempo con él durante la cena del día anterior.
Durante el trayecto, Candy escuchó que Stewart ya no trabajaba como chofer para los Leagan. Había sido promovido y ahora era el gerente de la recepción en el nuevo complejo turístico. Aunque Candy estaba sentada al lado de Albert en el asiento de atrás, su estado de ánimo había disminuido considerablemente. Después de la noche anterior, por su propio bien, tendría que dejarlo no importando que sucediera.
Cuando llegaron, Albert se bajó del asiento trasero antes que ella, extendiéndole su mano para ayudarla a descender. El momento en que su mano rodeó la de ella, sus miradas finalmente se encontraron por primera vez ese día. Ella sintió como si hubiera sido golpeada por una corriente eléctrica, y su impresión debió haberse reflejado en su rostro ya que él le lanzó una mirada interrogante. Sin embargo, tan pronto como ella se enderezó, él le plantó un beso en la mano, burlándose de sí mismo, “¿Cómo pude olvidar mis modales?”
Solo entonces ella se dio cuenta que tenía la boca abierta. Cuando la cerró, él metió su mano por su codo extendido, inclinándose para susurrarle al oído, “Candy, debo decir que nunca te había visto tan hermosa, pero prefiero tu apariencia natural.”
Ella tristemente pensó, él me ha visto en los peores momentos de mi vida, pero no tiene miedo de mí… Incluso me propuso compartir mis penas por el resto de mi vida…
Sin embargo, ella se comparó con Cenicienta. Con la ayuda de su hada madrina, Cenicienta estaba vestida como si fuera una princesa para asistir al baile donde conocería al príncipe. Pero, cuando el reloj marcó las doce, todo regresó a la normalidad para ella después de eso.
Lo mismo le pasaría a Candy esta noche. Debía abandonar el mundo al que realmente nunca había pertenecido. Simplemente había sido un sueño, así que era tiempo de despertar.
Pero, en lo profundo de su ser, estaba esperando bailar con Albert por lo menos una vez. Después de todo le había pedido que fuera su pareja. Sin embargo, casi después que ingresaran al gran salón de baile, el Sr. Leagan les presentó a la familia McPherson. El bien parecido joven de nombre Darren incluso la había invitado a bailar.
Ella quería decir no, pero por cortesía, no pudo hacerlo. Después de intercambiar una mirada con Albert, comprendió que tenía que decir que sí.
Darren habló mucho de sí mismo y luego le hizo preguntas sobre su adopción, pero ella simplemente sonrió sin contestarle. No tenía interés en contarle a un extraño su relación con Albert. Todavía le era difícil aceptar que él fuera su padre adoptivo. Y no solo eso, ella comenzó a sospechar que este baile había sido arreglado con anticipación. La verdadera intención de Albert al traerla hasta Miami era que ella conociera a otros jóvenes solteros que eran un buen partido.
Candy se encontró bailando con un hombre tras otro, altos, bajos, delgados, fuertes, todos a excepción de Albert. Él parecía estar ocupado con otros invitados, algunas veces bailando con mujeres de diferentes edades.
Entonces ella reconoció a Darren, quien regresó y la había invitado a bailar con él otra vez. Él empezó a contarle sobre su difunta prometida, quien trágicamente había sido atropellada alrededor de dos años atrás. Cuando él recordó el accidente, dijo, “Al principio, en realidad deseé haberme ido con ella…”
Él vaciló y miró hacia la multitud, sus ojos marrones brillaban debido a la humedad. Entonces sorbió por la nariz y se calmó. “Lo siento, Señorita Candice. No debí haber traído esto a colación. Quizás sus ojos verdes…”
Él se miraba abatido, su voz cargada. Ella se sintió verdaderamente triste por él, así que en un intento por animarlo, le preguntó, “¿Su prometida también tenía el cabello rubio y rizado?”
El hecho que finalmente ella le hubiera hablado lo tomó por sorpresa, pero un momento después él negó con la cabeza y respondió, “Ella tenía el cabello castaño.”
Solo entonces Candy notó que Darren tenía pecas cerca de la nariz al igual que ella. Él también le explicó por qué había estado evitando reuniones sociales, “No quiero bailar con señoritas cuando no me siento con ganas de hacerlo.”
Ella captó el significado detrás de sus palabras, pensando, él no es malo después de todo, pero aun así… no quiero volver a involucrarme con nadie de la alta sociedad…
Sin que Candy se diera cuenta, Neil la había estado observando a escondidas a pesar que haber estado evitándola por consejo de su padre. Él tenía que admitir que se había vuelto mucho más atractiva y femenina desde la última vez que la había visto, antes de mudarse a la Florida.
Más tarde, mientras ambos estaban bailando con alguien más, sus ojos se encontraron por un segundo. Neil inmediatamente apartó la mirada hacia su compañera de baile, una joven que era la mitad de bonita que Candy. Nadie hubiera pensando jamás que la Señorita Candice había sido un marimacho.
Candy notó que Neil había tratado de mantener la distancia de ella. Pero, en ese preciso segundo, cuando sus ojos se encontraron con los penetrantes ojos de él, observó un atisbo de soledad detrás de su penetrante mirada, algo que jamás había visto en los de Eliza.
Hablando de ella, Candy percibió que Eliza había estado celosa haciendo pucheros, y algunas veces lanzándole fulminantes y gélidas miradas. Poco sabía Eliza que Candy estaba muy lejos de estar disfrutando la fiesta. Mientras más bailaba con extraños, más se sentía abandonada. A pesar que seguía recordándose que de todas maneras iba a dejar a Albert para siempre, sus ojos, por voluntad propia, lo siguieron alrededor del salón de baile. Después de su primer baile con la esposa del alcalde y luego de bailar con la Sra. Leagan, él había empezado a socializar con sus socios comerciales o parientes, tomando pequeños bocadillos de los entremeses que estaban siendo servidos, intercambiando pequeñas pláticas con los invitados, y bailando con las esposas o hijas de estos.
Entonces una oleada de desesperanza inundó a Candy. ¿Se habrá olvidado de mí?
No mucho tiempo después, fue la hora para la toma de fotografías familiares. Cuando entre risas Albert le ordenó a Candy que se parara a su lado, ella lo rechazó sin pensarlo dos veces. No solo estaba herida por dentro, sino que se sentía más cómoda estando de pie al lado de Stewart y la buenaza de la ya mayor Mary. George también estaba de pie cerca de ellos.
Después del inesperado discurso de la Sra. Leagan, Candy fue bombardeada por oleadas de intensas emociones, y estando de pie sola al lado de la fuente de los deseos en el inmenso jardín, estaba contenta de finalmente estar alejada de todos.
(Fin del flashback)
Sin embargo, el resonante repiqueteo del sonido de zapatos de tacón hizo que Candy se diera cuenta que algunas personas se estaban acercando hacia la fuente. Automáticamente recogió sus zapatos y se escondió dentro del jardín tropical. No tenía intención de escuchar a escondidas la conversación, pero escuchó cada palabra de ella. Eliza y su madre no solamente estaban hablando en voz alta sobre ella sino se burlaron de su humilde origen. A Candy no le sorprendía eso, pero cuando la Sra. Leagan dijo que su discurso había sido una orden del Tío Abuelo William hecha antes de la fiesta, Candy se sintió conmovida hasta las lágrimas a pesar que él en apariencia la había desatendido desde que habían llegado a la fiesta. Albert todavía recordaba las historias que Candy le contó años atrás en el Apartamento Magnolia, y él había comprendido como ella se sentía.
Candy esperó hasta que Eliza y su madre finalmente decidieron regresar. Sin embargo, pronto escuchó la voz de un hombre preguntando por ella. Creyó que se trataba de Albert, pero no quería que él supiera que había llorado por culpa de él.
Ahora que lo pensaba, él siempre había cuidado de ella, y sin él, su vida habría sido drásticamente diferente. A pesar de su estatus social, él nunca la despreció como los Leagan lo hicieron. La había adoptado por su propia cuenta no mucho después de su primer encuentro cerca de la cascada, dándole un techo, educación y protección.
Quizás era por eso que él había tomado esta oportunidad para presentarla a los demás, vistiéndola para que se mostrase lo mejor que podía y limpiar su nombre frente a todo el mundo. Candy se sintió extremadamente agradecida con él por anteponer sus necesidades, pero eso también explicaba por qué él se había ganado su corazón. Albert era el único hombre en el mundo quien la conocía de adentro hacia fuera y aun así, la aceptaba por ser la persona que ella era.
A pesar de su mejor esfuerzo, él descubrió en dónde se encontraba. Había estado anhelando su atención durante toda la velada, tanto que en ese preciso momento, sintió un fuerte deseo de arrojarse a sus brazos, rogándole que dejara de tratarla como a una menor de edad o como su protegida.
Pero ella hizo acopio de todas sus fuerzas para permanecer en dónde se encontraba, pronunciando, “Albert, yo… yo creo…”
Se detuvo ya que sonó más abatida de lo que quería permitirse, así que rápidamente desvió la mirada. Sabía que fracasaría su misión si seguía mirándolo a los ojos. Ya sea de manera intencional o no, no había ensayado su discurso de despedida por anticipado, y ahora ya no podía pensar con claridad. Primero tenía que ordenar sus pensamientos para dar un discurso coherente. Justo entonces, lo escuchó, “¿Te encuentras bien? Estoy preocupado por ti y te he estado buscando…”
Como siempre, él estaba preocupado por ella como si jamás se haría mayor o no pudiera cuidarse por sí misma. Comprendió por qué él jamás la vería con un interés romántico. También se dio cuenta que había estado soñando con algo inalcanzable. Sus palabras básicamente la despertaron de su prolongado sueño, y ella finalmente pudo sonreír francamente por primera vez desde que tuvo su primer baile esa noche. Por lo tanto, pudo mirar directamente hacia sus ojos azules, diciendo, “Pensé que te gustaba jugar conmigo a las escondidas.”
Él se encontraba desconcertado, incapaz de comprender el cambio de su estado de ánimo. Ella de hecho se refería al tiempo cuando él desapareció por meses pero le envió un paquete desde Rockstown. Ella todavía creía que en ese entonces él tuvo buenas intenciones llevándola con Terry, pero Albert desconocía que la mentalidad de Candy ya había cambiado. Incluso entonces, Albert se siguió ocultando. Si no hubiera habido un forzado compromiso con Neil, ¿Cuánto tiempo más él la habría evitado? Incluso hasta el día de hoy, no podía preguntarle por qué la había evitado.
En ese momento, una cálida brisa le acarició el rostro y cabello como para darle valor a que no se arrepintiera de la promesa que le había hecho a la Señorita Pony y a la Hermana María. Levantó el rostro para decir una rápida plegaria, pero por alguna razón sintió frío, y su cuerpo tembló como resultado. Naturalmente, abrió los ojos y se pasó los brazos alrededor del pecho, y fue entonces que Albert se quitó la chaqueta de su esmoquin. “Por favor, ponte esto, Candy.”
Cuando estaba a punto de colocársela sobre sus hombros, ella inesperadamente dio un gran paso hacia atrás, sacudiendo la cabeza con violencia. En respuesta, él simplemente se colocó la chaqueta sobre el hombro en creciente desconcierto. “¿Qué te está molestando? ¿Saliste a llorar? ¿El discurso de la Sra. Leagan te molestó? ¿O yo te ofendí cuando te ordené que te pararas a mi lado para la fotografía familiar?”
Ella negó con la cabeza a todas sus preguntas pero logró responder, “Perdón, se lo ruego, Tío Abuelo William, no se preocupe por mí de ahora en adelante.”
Sus gruesas cejas instantáneamente se unieron en una expresión de confusión. Miró alrededor antes de preguntar, “¿Por qué repentinamente tan formal, Candy? Aquí solo estamos tú y yo.”
“Exactamente, estoy cansada de dirigirme a usted de diferentes maneras bajo diferentes circunstancias.”
Al escuchar esto, la conmoción se dibujó por completo en el rostro de Albert, pero ella se puso firme y continuó, “Tío Abuelo William, verdaderamente aprecio su consideración al invitarme a esta fiesta, y muchas gracias por pedirle a la Sra. Leagan que limpiara mi nombre. Nunca voy a olvidar su amabilidad hacia mí…”
Para entonces él se había recompuesto y la interrumpió, “¿Qué está pasando, Candy? ¿A qué se debe todo esto?”
Él no podía haberse escuchado más perturbado, pero ella respiró profundamente y dijo, “Ya soy lo suficientemente mayor. Quiero que…”
“Entiendo,” la interrumpió bruscamente y se giró sobre sus talones, dejándola sola en la oscuridad.
Eso la sacó por completo de balance. ¿Qué quiso decir? Ella ni siquiera se había despedido. ¿De todas maneras él lo había percibido? ¿Por qué se fue sin escucharla primero?
No importando lo que su cerebro le estuviera diciendo en ese momento, su corazón no pudo aceptar que esto en realidad estaba sucediendo. Al verlo alejarse con la frente en alto, sus pensamientos se propagaron rápidamente mientras su corazón se partía en un millón de pedazos. ¿Había actuado como una ingrata? ¿Había sido tan pesada que él no pudo soportarlo más? ¿Se había hartado de ella que podía marcharse de su vida como se lo había exigido?
En cuestión de segundos sus ojos se inundaron de lágrimas, y lo siguiente que ella supo, fue que gritó, “¡Albert, detente…!”
Él detuvo sus pasos enseguida y lentamente se dio la vuelta. Ella se lanzó sobre él, haciendo que él botara su chaqueta al suelo. Entonces ella rodeó con sus brazos la estrecha cintura de Albert como si no quisiera dejarlo escapar, presionando la frente contra su pecho. “Lo siento, Albert. No quise herir tus sentimientos…” hizo una pausa, con la voz ahogada por los sollozos.
“Shhh,” él murmuró suavemente, halándola más cerca de él y sosteniéndola fuertemente entre sus brazos. El hecho que ella se entregara en él sin un indicio de lucha lo llenó de una sensación de alivio. Recordó lo extraña que se había comportado apenas hace unos minutos, como si fuera alguien poseída, así que había asumido que ella bebió demasiado champagne. En lugar de dejarla continuar hablando tonterías, decidió dejarla sola más o menos por unos diez minutos.
Por lo tanto, este amoroso abrazo entre ellos era más que una placentera sorpresa para él. No se dio cuenta lo mucho que la había extrañado hasta ahora. No habían estado de esta manera desde la noche en que él había empacado sus pertenencias, marchándose del Apartamento Magnolia con el corazón apesadumbrado. En aquel entonces su gran error fue dejar una cicatriz en su relación, y sabía que no había podido remediarlo.
Mientras tanto, al estar capturada en su abrazo y rodeada de su calor corporal y de su fragancia masculina, deseó que el tiempo se congelara y que el mundo se detuviera. El agarre de sus fuertes brazos a su alrededor, el asir de sus manos sobre sus antebrazos desnudos, y su cálido aliento sobre la coronilla de su cabeza le dieron una sensación de seguridad que nadie más podía darle, y milagrosamente se calmó. Ya nada parecía importarle más.
Además del sonido de los golpes secos de los latidos de sus corazones y de sus respiraciones, podían escuchar la música de la orquesta que flotaba desde el interior del salón de baile que se encontraba lejos de ellos. Estaban tan absortos en ese precioso momento que ninguno de ellos se dio cuenta que alguien los estaba observando aproximadamente a unos cincuenta metros de distancia. Darren había salido por la escalera y se paró en el patio. Vio como una joven se arrojaba a los brazos de un hombre, y cuando el hombre ansiosamente le devolvió el abrazo, Darren repentinamente los reconoció conforme sus ojos se ajustaron a la baja iluminación. Eran la Señorita Candice y su padre adoptivo. Al principio Darren estaba confundido y luego horrorizado más allá de lo imaginable. Por Dios… ¿Están enamorados el uno del otro?