Ms Puddle's Haven

Relación Peculiar Capítulo 5

Muchas gracias, mi querida amiga QuevivaCandy! ❤ ❤

-Ms Puddle

Capítulo 5

Mientras asimilaba la visión de la Señorita Candy abrazándose contra la atlética figura de su padre adoptivo, un pensamiento desalentador se deslizó por la mente de Darren.

¿Quién entre nosotros podría acercarse a Sir William en esplendor y riqueza? ¿Cómo podría ella no sucumbir ante sus irresistibles encantos?

Pero Darren obstinadamente sacudió la cabeza para apartar ese pensamiento negativo. ¡La Señorita Candy no es una caza fortunas! Sin embargo…

Darren suspiró para sus adentros. Debía admitir que Sir William era un hombre muy apuesto, sí no uno de los más deseados solteros en el país. En ese momento, el millonario aflojó su agarre y apartó suavemente a la joven de él, y Darren inmediatamente retrocedió lo más silenciosamente posible. Él tampoco quería que ellos descubrieran su presencia, y una parte de él detestó verlos besarse, lo que normalmente ocurría luego de un amoroso abrazo.

Pero al contrario, Darren escuchó a Sir William murmurarle algo a la Señorita Candice. Por un lado, Darren estaba demasiado lejos como para escucharlos. Y por otro lado, le pareció que era de mala educación para él quedarse esperando si es que la Señorita Candice estaba teniendo una cita a escondidas con su padre adoptivo. Por lo tanto, Darren se dirigió de regreso hacia la multitud con dudas e incredulidad en su mente.

Mientras estaba de pie a solas en un tranquilo rincón, meditando su siguiente jugada, su padre repentinamente se apareció frente a él. “¡Aquí estás, Darren! ¿En dónde has estado?”

El joven salió con alguna excusa al azar, y su padre aparentemente no estaba convencido. Por consiguiente, el Sr. McPherson le dio un consejo a Darren antes de darse la vuelta, “Algunas personas se acercaron a mí. Hijo, deja de buscarla.”

Darren instantáneamente asió a su padre por el hombro para evitar que se fuera, y Darren además dio un gran paso hacia el frente para poder susurrarle, “Si, ella trabajó antes como una doméstica, pero ¿Qué importa?”

Entonces el joven se irguió y alzó una pregunta válida en tono desafiante, “Padre, ¿No siempre me has enseñado que los orígenes de una persona en realidad no importan?”

Su padre se volvió para verlo con solemnidad en sus ojos, asintiendo en aceptación. “Bajo circunstancias normales, eso es correcto.”

Mientras su hijo alzaba una ceja interrogativamente después de eso, el hombre se inclinó y le susurró al oído, “Su reputación está mancillada. Un descuido de mi parte.”

Entonces el Sr. McPherson se alejó, dejando a su hijo estupefacto por sentimientos encontrados de negación, ira y desesperación. ¿Por qué? ¿Acaso esas personas están celosas de ella? ¿O eso está relacionado a su extraña relación con Sir William?

Eso era lo más cercano a una disculpa que Darren podría obtener de alguien como su padre, cuyas últimas palabras seguían resonando en la mente de Darren como si fueran un eco. Aunque usualmente Darren se rehusaba a darles crédito a los rumores, no podía sacarse de la mente la imagen que acaba de ver con sus propios ojos en el patio. Basado en su experiencia en la vida y a su impresión personal de la Señorita Candice, Darren estaba inclinado a creer que el carismático millonario era el culpable. ¿Sería posible que él se llevara a la ingenua pero hermosa huérfana de dónde los Leagan por motivos indecentes?

No fue difícil para Darren imaginarse las tácticas que Sir William hubiera empleado para hacer que la joven se enamorara de él con el paso de los años. Por consiguiente, lleno de una indignante ira, Darren se determinó llegar al fondo de todo esto. Habiendo crecido siendo educado en la virtud de la perseverancia, no podía fácilmente renunciar a la Señorita Candice sin hacer sus propias investigaciones.

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Mientras tanto, Albert estaba usando su pañuelo para secar con ligeros toques la humedad de las pestañas y mejillas de Candy. La había convencido de regresar con él al salón antes que la gente empezara a darse cuenta de su ausencia.

Candy vivía en un lugar lo suficientemente remoto de la ciudad de Chicago, en donde las personas habían estado murmurando a sus espaldas. Al principio, Neil les había comentado inadvertidamente el hecho a sus familiares que Sir Ardlay, mientras estuvo amnésico y sin un centavo, había vivido junto a la enfermera, Candy, no solo unos cuantos días, sino por más de dos años. Entonces, desde que la gente había descubierto que la enfermera en realidad había sido despedida del hospital debido a su mala conducta, las personas habían salido con diferentes historias del porqué la hija adoptiva del poderoso Sir William A. Ardlay había permanecido alejada de Chicago por tanto tiempo, llevando una vida aburrida como si fuera una chica pobre en un humilde poblado. El hecho que la enfermera residiera en el orfanato en donde había crecido, solo reconfirmó la idea que sus cuidadores mantenían la boca cerrada sobre los oscuros secretos de la Señorita Ardlay.

Incluso Madam Elroy había sido alarmada por los rumores que circulaban por sus círculos sociales, pero su sobrino le había jurado que nunca había cruzado la línea con la chica mientras vivieron juntos. Además, él había parecido no estar afectado y por consiguiente no había hecho nada en concreto para disipar cualquiera de esos maliciosos rumores, lo que esencialmente avivó más las especulaciones. Desde entonces había transcurrido más de un año, y cuando los rumores finalmente habían disminuido, la compra de la tierra y el proyecto de reconstrucción del orfanato había reavivado el escándalo de que Sir Ardlay tenía un hijo ilegítimo disfrazado como uno de los huérfanos, y que el niño estaba siendo cuidado por nada menos que por su joven y soltera madre.

Madam Elroy se había enardecido cerca de la locura. Eso había dañado y arruinado la imagen de su sobrino, lo que había contribuido a su renuencia de socializar y relacionarse con señoritas respetables de la alta sociedad. Por consiguiente, cuando su sobrino le había indicado su plan de llevar a Candice a la gran fiesta de inauguración, la matriarca le había instado para que se hiciera cargo de ese continuo problema de una vez por todas. Mientras escuchaba su propuesta de mostrarle al mundo que no tenía nada de qué avergonzarse llevando a su hija adoptiva como su pareja para una ocasión formal, y que Candice era inocente pero extremadamente deseable, no una mujer destrozada quien tuvo que esconder su desgracia todo ese tiempo, la matriarca sin reparos le había dado su consentimiento, “Por supuesto, William. Haz lo que puedas para detener los rumores.” Ajeno a ello, Madam Elroy tenía altas expectativas de matar dos pájaros de un tiro al presentar a Candice en sociedad. El debut de la joven había sido atrasado por mucho tiempo, algo que William había estado postergando, así que la anciana matriarca había tomado esta oportunidad para personalmente alentar y financiar a los Leagan con tal que invitaran incluso a muchas más personas a la fiesta de inauguración. Después del evento, Madam Elroy le daría la bienvenida a cualquier pretendiente que le quitara de encima ese peso de sus hombros. De hecho, la anciana seriamente había considerado organizar que Candice volviera a mudarse a Chicago para poder casarla lo más pronto posible, pero no le revelaría su plan a su sobrino hasta después de la fiesta de inauguración.

Por lo tanto, no importaba lo mucho que Albert hubiera disfrutado tener a Candy entre sus brazos, su consciencia lo había reprendido. ¿Y si la gente nos encuentra aquí abrazándonos? No, no debería dejar que mis emociones me traicionaran. Ya le he hecho demasiado daño a su reputación…

Mientras tanto, aunque Candy generalmente se enjugaba las lágrimas ella misma, prácticamente estaba derretida bajo la ternura de Albert. Mientras lo abrazaba, no se pudo haber sentido más serena, sabiendo que no lo había perdido. Como una persona que encuentra un pedazo de madera flotante en el océano, se dio cuenta que su situación no era tan imposible como lo había asumido. No solamente pudo sentir el palpitar de su corazón que coincidía con el de ella, sino que por primera vez, sintió que la turbulencia de sus sentimientos habían sido recíprocos. Si no se equivocaba, no solamente era ella quien tenía fuertes sentimientos atrapados en su interior, y le pareció que él también apenas pudo contener sus propios sentimientos.

De hecho, la fuerza con la que él la abrazó estuvo muy lejos de ser reconfortante. Ella se preguntó si antes había estado atrapada entre sus brazos de esa manera, como si él quisiera sacarle todo el aire de los pulmones, pero ella jamás se quejaría sobre su necesidad de luchar por respirar mientras estuviera apretada contra su cálido pecho. Aunque solo duró a lo sumo un par de minutos, la manera en que los brazos de él se cerraron firmemente a su alrededor, la hicieron sentir tan amada, y hasta ahora no se había dado cuenta de la profundidad del deseo que tenía por sentir su toque.

Lo más importante, no se arrepentía por haberse doblegado previamente a sus abrumadores sentimientos. En el instante en que él se alejó abruptamente mientras ella todavía le estaba hablando, sus solitarios días sin él en el Apartamento Magnolia habían resurgido en su mente. En aquel entonces, él había desaparecido repentinamente, y sin saberlo se había llevado una parte de ella con él. Sin embargo, hace apenas unos minutos, en el momento en que ella colocó la mejilla contra su agitado pecho, el sonido de los golpes secos de su corazón haciendo eco en sus oídos la hicieron sentir completa. Era como si la pieza faltante finalmente hubiera regresado a ella y nuevamente volvió a estar entera.

En ese preciso segundo, Candy supo que nadie más podría hacerla sentir de esa manera. Solamente Albert podía hacerlo. Él siempre había tenido un lugar especial en su corazón, y el mero pensamiento de separarse de él para siempre había sido insoportablemente aterrador. Por lo tanto, fundamentalmente dio marcha atrás a su resolución de dejarlo, y creyó que la Señorita Pony y la Hermana María entenderían sus sentimientos y respetarían su decisión de dejar su futuro en las manos de Dios.

Cuando Albert volvió a guardar su pañuelo en el bolsillo, Candy estaba esperando que le volviera a dar un último abrazo antes de regresar. Extrañaba estar rodeada por sus brazos y por el aroma de su cuerpo. Como si pudiera ver a través de ella, él se agachó y recogió su chaqueta, poniéndola alrededor de los hombros de ella para protegerla del viento. A diferencia de antes, ella aceptó su afectuoso gesto y cerró los ojos brevemente, saboreando la conocida fragancia de su chaqueta para revivir el precioso momento entre ellos. Cuando él estuvo seguro que la chaqueta estaba en su lugar, le hizo un comentario casual como si estuviera hablando de alguien más, “Sabes, mi pareja fue tan popular esta noche que ni siquiera tuve oportunidad de acercarme a ella. Eso sin mencionar la cantidad de gente que había en el camino, que querían mi atención.”

Habiendo dicho eso, él soltó un exagerado suspiro de exasperación. Al ella darse cuenta que lo había malinterpretado por completo, una mezcla de vergüenza y alivio la recorrió. Estaba contenta de no haberle dicho nada de que pudiera arrepentirse. En respuesta, bajó la cabeza y balbuceó para sí, “Pensé que estabas demasiado ocupado para mí…”

Él creyó escucharla mientras su casi inaudible voz se apagaba aún más, pero fingió no haber escuchado nada. Entonces la rodeó con una mano, llevándola a sentarse a la banca más cercana. “Por favor, espera aquí. Iré a buscar tus pertenencias.”

Luego de un breve lapso, él reapareció con sus zapatos y su bolso de lentejuelas en las manos. Después de devolvérselos, se sentó a su lado, esperando que ella volviera a atarse en los pies las correas de sus zapatos de tacón. Ninguno de ellos mencionó nada de lo que había ocurrido justo antes de su emotivo abrazo a excepción de lo siguiente, “Candy, creo que debería informarte que tu maquillaje…”

“Lo sé. Está corrido, ¿Verdad?” preguntó, sin embargo sonreía. Prefería sentarse ahí con él que regresar a la fiesta, y se sentía cómoda aunque ahora para él pudiera verse fea. Después de todo, el hombre había visto sus peores momentos en la vida. “¿Me veo horrible?”, estaba más curiosa que ansiosa.

Su pregunta colocó una dulce sonrisa en el rostro de él. “Corrido, sí, pero no tan mal.”

Mientras ella inconscientemente se ahuecaba la mejilla con su propia mano, él añadió, “Para mí estás bien, Candy, solo que…”

Él hizo una pausa ahí, escrutando los rasgos de ella. Ella lo miró tímidamente y preguntó, sonriendo y bajando la mano, “¿Qué?”

Ahora sonriendo, él le hizo un giño y comentó en tono travieso, “Eso quiere decir que nadie se atreverá a acercarse a ti de nuevo.”

Ella se echó a reír. Él se unió a su risa, pero poco había esperado que ella apoyara la cabeza contra su hombro. “Me compadezco de ti, Albert. Tendrás que soportar mi compañía esta noche.”

Él reaccionó ante esto con una risa fingida, pero en su interior pensó, Daría cualquier cosa por tenerte a mi lado… ¡Para siempre!

Últimamente, él estaba considerando una confesión ya que pensaba muy seriamente respecto a compartir su futuro con ella, pero ello dependería de la reacción de ella ante su confesión. Además, en un intento de cortejarla, había estado ocupado preparando regalos especiales en su ya limitado tiempo libre para su próximo cumpleaños. Si ella encontraba su conducta inaceptable o incluso repulsiva, siempre podía decirle que la dejara tranquila. O, si él descubría que sus sentimientos por él no iban más allá del afecto fraternal, aceptaría su papel en su vida y desearía su felicidad. Por otro lado, si por alguna casualidad ella correspondiera a sus sentimientos hasta cierto grado, continuaría cortejándola, y a su debido tiempo, terminaría con su relación adoptiva.

Por el momento, aunque Albert quisiera pasar su brazo alrededor del hombro de Candy, sabía que la Sra. Leagan estaba al tanto que había estado buscando a Candy. Era cuestión de tiempo antes de que cualquiera los encontrara ahí. Por consiguiente, le preguntó con suavidad, “¿Quisieras lavarte la cara?”

Ella asintió en silencio y se enderezó, sin embargo de manera renuente. A estas alturas, la luna se asomaba sobre su cabeza por detrás de una nube oscura, y sus miradas se encontraron y se entrelazaron. Ambos se congelaron en sus lugares, los únicos sonidos eran sus fuertes respiraciones y el agua que caía en cascada en la fuente de los deseos aproximadamente a unos diez metros de distancia. Bajo los rayos de luz de la luna, para ella él se miraba tan encantadoramente apuesto que su corazón dio un vuelco; su cabello dorado estaba resplandeciente en su propio brillo, y sus cinceladas facciones se realzaban más por las sombras que se creaban en su perfecto rostro. Pero sobre todo, ella se perdió en sus cristalinos estanques de luz de color azul claro.

De la misma manera, mientras un rayo de luna acariciaba el rostro de ella, mostrando su perfecta tez y haciendo que sus ojos brillaran con una preciosa tonalidad verde, él estaba tan maravillado que se atrevió a ignorar la prohibitoria voz en su interior. Aunque lo que más le impresionó fue el anhelo en sus ojos esmeralda, lo cual lo mantenía hechizado. ¿Por mí? ¿Estoy soñando?

Aturdido, estiró la mano para acariciarle el flequillo con las puntas de los dedos. Ella jadeó suavemente, sus ojos se dilataron ante su ligero toque, pero en lugar de retirarse, tragó saliva con anticipación, con sus estupefactos ojos clavados en sus cautivantes ojos azules. Cuando él metió el cabello suelto detrás de la oreja, la respiración de ella se hizo más rápida y su pulso se aceleró. Y no solamente eso, su pecho estaba subiendo y bajando visiblemente en un creciente ritmo. Para él, no era una ilusión que ella lo deseaba.

Sus miradas siguieron siendo intensas hasta que un pensamiento escéptico pasó por la mente de él. Ella nunca antes lo había mirado de esa manera, y sabiendo que lo había considerado por mucho tiempo como un hermano mayor, rápidamente desechó la idea como si fuera algo absurdo, sí no su mera ilusión. Tal vez, había estado bajo la influencia del alcohol justo igual que ella. Además, como caballero, no debería aprovecharse de una joven cuando ésta estaba emocionalmente inestable o no completamente sobria. Por consiguiente, finalmente pudo apartar la mirada. Luego respiró profundamente y se puso de pie con determinación.

Sintiéndose más desconcertada que nunca, además se sintió desilusionada. Cuando levantó la mirada hacia él con perplejidad, él la miró y le ofreció la mano con una sonrisa encantadora, como si nada inusual hubiera pasado entre ellos, “También necesitas arreglarte el cabello, Candy. ¿Quieres que encuentre a Mary por ti?”

Ella se calmó y le agradeció por su consideración. Debido a la falta de práctica, estaba desesperadamente necesitada que alguien la ayudara a arreglar su apariencia. De todos los empleados de los Leagan, Mary era quien más le agradaba a Candy. Eso era lo que le había dicho a Albert mientras vivieron juntos en el apartamento.

Se dirigieron de vuelta por la puerta lateral que conducía directamente a los vestidores de la piscina. Albert recordaba esto ya que el Sr. Leagan le había dado un recorrido privado más temprano esa mañana.

Tan pronto como Candy encontró el vestidor de damas, se quitó la chaqueta del esmoquin y se la regresó a su propietario, revelando su ajustado corpiño que presumía sus curvas femeninas. Albert se obligó a mirar hacia otro lado luego de que sin poder contenerse, su mirada se había deslizado por la piel de porcelana a lo largo de su escote en forma de V. Le era completamente imposible negar el torrente de calor que invadía sus venas en ese momento. Candy había crecido más seductora de lo que jamás había sido, y no se asombraba el por qué su tía había hablado muy bien del famoso diseñador, quien ciertamente había hecho un espectacular trabajo en resaltar los mejores atributos de Candy.

Entonces Albert dijo, evitando el contacto directo a los ojos con la atractiva joven, “Te veo de nuevo en el salón, Candy. Pronto empezará la cena, y se supone que debo dar el brindis. Le diré a Mary que el viento hizo que algo de polvo te entrara en los ojos, ¿De acuerdo?”

“Suena bien, ¡Gracias de nuevo, Albert!”, ella le confirmó antes de desaparecer en el vestidor de damas. Ahora comprendía por qué él anteriormente le había dicho que la gente empezaría a buscarlos en cualquier momento. Después de todo, Sir William era uno de los invitados más importantes.

Como él esperaba, Mary estaba ocupada, pero en cuanto supo que la Señorita Candice necesitaba ayuda, gustosamente le hizo el favor. “¡Estaré ahí en un momento, Sir Ardlay!”

Entonces Albert ingresó al salón. Le tomó algunos minutos localizar al Sr. Leagan entre los invitados. El anfitrión tenía echada la cabeza hacia atrás por la risa y el deleite. Cuando el anfitrión notó la presencia de Sir William, se excusó con los demás. Entonces el Sr. Leagan se acercó al patriarca y le notificó que la cena empezaría aproximadamente en quince minutos. El joven asintió dándose por enterado y pronunció, “Volveré, Sr. Leagan.”

Albert se abrió camino a través de la multitud y se dirigió directamente hacia la larga pared con ventanas francesas que se abrían hacia la inmensa veranda que tenía una vista de Miami Beach. No estaba solo. Un puñado de personas también estaba ahí, platicando unos con otros. Sin embargo, a Albert no le importó y simplemente se paró lejos de ellos. Mirando fijamente a la lejana distancia y escuchando el refrescante sonido del agua golpeando la costa, reflexionó acerca de los eventos acontecidos más o menos en la hora anterior. Pronto, se dio cuenta que el embriagador aroma de Candy todavía persistía en su chaleco y camisa, y no pudo evitar respirar profundamente para inhalar el placentero olor.

Mientras ponía en orden sus enredados pensamientos, dedujo que posiblemente se había equivocado al asumir que su extraña actitud había sido el resultado de beber demasiado champagne. Tenía una corazonada de que ella tenía sentimientos reprimidos en su interior, y por una desconocida razón, él podía ser quien la había estado afectando. Vívidamente recordó sus casi arrebatos, en particular su frustración por tener que dirigirse a él de manera diferente bajo situaciones diferentes.

Aun así, su repentina partida aparentemente la había asustado, y se le arrojó encima justo después de eso, lista para hacer las paces con él. Su afectivo abrazo fue indudablemente otra memorable experiencia para él, y la manera en que ella se había amoldado entre sus brazos había sido más que halagadora. Sin embargo, para él seguía siendo un misterio como los maremotos de sus emociones habían sido controlados, y que parecía estar tranquila después del abrazo como si de alguna manera hubiera sido consolada. No hace falta decir, que estaba inmensamente desconcertado por la velocidad de su cambio de humor en menos de media hora. ¿Pero por qué? ¿Qué había estado incomodándola? ¿Qué la puso esta noche así de alterada, incluso agitada? ¿Por qué lloró a solas afuera en la oscuridad?

Comenzó a preocuparse de que Candy durante la fiesta, probablemente hubiera escuchado las desagradables murmuraciones sobre ella. Sin embargo, pronto descartó ese pensamiento. Ella lucía tan preciosa esa noche que hizo que las personas se quedaran sin aliento en cuanto la vieron. Además de la energía positiva que constantemente emanaba de ella, no tenía el aspecto de una mujer que había vivido en la vergüenza por dos años. Eso sin mencionar que su esbelta figura era una prueba sólida de que los rumores eran absolutamente falsos. Una mujer que recientemente hubiera dado a luz un niño no tendría una figura tan menuda.

Pero entonces volvieron a su mente sus conversaciones durante la cena de ayer. Candy podía hablar de Terry o de Susana en un tono tranquilo, ya sin lágrimas brillando en sus ojos, y luego le había preguntado a Albert si había estado en la fase de cortejo con alguien.

Sumando dos más dos, Albert sintió como una euforia brotaba de su interior. Recordó la anticipación en sus bellísimos ojos cuando con los dedos había acariciado su cabello allá afuera en el jardín. Pudiera ser… no, no puede ser… ¿No fue mí ilusión? Por Dios… ¿Es por eso que todo este tiempo ella ha estado de cierta manera enojada conmigo?

Albert tenía razones para creer que el profundo afecto platónico de ella hacia él podría haber evolucionado plausiblemente en sentimientos románticos. Eso era su sueño hecho realidad, pero al mismo tiempo se advirtió a sí mismo no albergar cualquier falsa esperanza. Sin embargo, decidió acompañar a Candy en su viaje de regreso al Hogar de Pony. Primero tendría que discutir con George sobre reorganizar su apretada agenda.

(Continuará)

Relación Peculiar

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