¡Gracias por su paciencia! Esta es la parte 2. ¡Muchas gracias, mi querida amiga QuevivaCandy! ❤ ❤
–Ms Puddle
Capítulo 7 (Parte 2)
Sin embargo, ¿Por qué Terry había afirmado que él no había cambiado? ¿Cómo podría no cambiar? Poco después del dieciochoavo cumpleaños de Candy, Terry le había enviado una breve carta, a la cual Candy todavía no había respondido. A decir verdad, no supo qué hacer con la carta, la cual la había desconcertado más allá de la razón. Incluso hoy en día, no podía comprender que había motivado a Terry a escribirle, diciéndole que seguía sin cambiar. ¿Qué había esperado él de ella?
En primer lugar, Terry debería saber que Candy le había prometido a Susana que no lo volvería a ver, lo cual incluía nunca más ponerse en contacto con él. En segundo lugar, a diferencia de Terry, la mentalidad de Candy había cambiado considerablemente. Con la ayuda y el apoyo de Albert, se había recuperado de la ruptura, tal y como había sido la última petición de Terry, después derramar algunas lágrimas sobre su cuello. Le había exigido, “Sé feliz… de lo contrario no te lo perdonaré…”
Candy nunca pero nunca podría olvidar ese particular momento de su vida aunque ya había ocurrido años atrás. Por lo tanto, Candy había mantenido su promesa hacia Terry y se esforzó para olvidarlo, entonces, ¿por qué él no podía?
De hecho, cuando la Señorita Eleanor Baker había invitado a Candy a ver la obra, la entrada le había recordado la exasperación y decepción que sintió en Rockstown, pero al mismo tiempo, Candy se había tranquilizado y regocijado en extremo por el éxito de Terry en su carrera. En lugar de desperdiciar su vida trabajando en un teatro ambulante, ahora él se había convertido en una verdadera estrella de Broadway, y sus esfuerzos y talentos habían sido bien reconocidos. En cierto sentido, Terry finalmente había seguido adelante con su vida.
Exhalando un largo y profundo suspiro, Candy decidió que estaba demasiado cansada para escribir. Apagó la luz y se deslizó por hacia la cama. Tan pronto como se acurrucó debajo de las frazadas, se quedó dormida, más exhausta de lo que esperaba. En uno de sus sueños, Terry se presentaba ante ella como Hamlet, preguntándole, ¿Candy, por qué me estás evitando?”
“¿Yo? ¿Evitarte? ¿A qué te refieres?”
“Mi madre te envió una invitación, ¿no es así? ¿Por qué no fuiste a verme? ¿Acaso no estás feliz por mí, ahora que he triunfado?”
“¡Por supuesto que estoy feliz!”
Su miserable estado en Rockstown resurgió en la mente de Candy, así que lo felicitó desde el fondo de su corazón y luego preguntó, “¿Cómo está Susana?”
“Ella está bien, Candy. Estamos comprometidos, y he seguido adelante,” respondió, aunque no parecía estar particularmente emocionado al respecto.
Aun así, ella respondió con auténtico gozo en su voz, “¡Es maravilloso, Terry!”
Estaban comprometidos. Era algo natural que lo estuvieran, ¿cierto? ¿Acaso él no le había prometido a Susana que siempre se quedaría a su lado? Entonces Candy se dio cuenta que efectivamente lo había olvidado. En absoluto se sentía celosa. Y las lágrimas tampoco aparecieron en sus ojos.
Sin embargo, después de eso ninguno de los dos dijo nada como si no supieran que más decir. Aunque Terry seguía siendo alguien especial para Candy, ahora prácticamente eran unos desconocidos entre sí, no teniendo nada más en común. Sus días en el Colegio San Pablo o en Escocia se habían convertido en queridos pero distantes recuerdos.
En retrospectiva, su relación había comenzado apenas antes de que Terry se marchara abruptamente de Londres sin dejar rastro. Tomando diferentes caminos en la vida, habían perdido contacto por mucho tiempo. Y cuando finalmente pudieron reunirse después de estar separados por más de un año, Terry había elegido a Susana por encima de Candy a causa del accidente.
Debido a la prolongada separación, los fuertes sentimientos de Candy hacia Terry gradualmente habían menguado. Trataba de no leer en los diarios o en los tabloides noticias sobre Terry, aunque de todas formas se topaba con ellas. Sin embargo, había cortado todo nexo con él, y podía apostar que él ni siquiera estaba al tanto de que ella había regresado al Hogar de Pony, y de que estaba trabajando como enfermera en una clínica.
En ese momento, un fuerte llamado a la puerta la despertó de su sueño. Era la Sra. Watts. “Buenos días, Señorita Candice.”
Con torpeza, Candy se puso una bata y le abrió la puerta. La Sra. Watts entró y le informó a la joven, “Sir William nos dejó un mensaje. Quiere saber si usted ha cambiado de parecer. Él cree que puede volver a cambiar nuestros pasajes si usted quisiera quedarse un día más. Él podría ya sea tomar solo el tren rumbo a Chicago o quedarse con nosotras. Es su decisión, Señorita Candice.”
La joven reconfirmó que preferiría irse a casa. Su chaperona la escrutó por un largo rato como si estuviera tratando de comprender su obstinación. “¿Está segura?”
Cuando Candy se lo reaseguró, la Sra. Watts dijo, “No hay problema. La estaré esperando en el vestíbulo en media hora, Señorita Candice. Desayunemos juntas.”
“¡Por supuesto!”
Mientras cerraba la puerta a sus espaldas, Candy se preguntó en dónde estaría Albert. ¿También se les uniría para desayunar? Después de refrescarse con una ducha, Candy salió de su habitación y se dirigió directamente hacia el vestíbulo, pero la Sra. Watts era la única que estaba ahí esperándola. Para consternación de Candy, Albert estaba ocupado con sus responsabilidades. Su chaperona le explicó, “Sir William ya pagó las habitaciones y devolvió las entradas a la recepción. Sin embargo, acaba de recibir un telegrama de su oficina central y se dio cuenta que tenía que hacer algunas diligencias antes de irse de Nueva York. Se reunirá con nosotras está tarde en la estación de tren.”
Una sombra atravesó el rostro de la rubia. Logró asentir ligeramente mientras la recorría la decepción, y también empezó a preocuparse por la salud de Albert. ¿Cuánto estrés podría manejar un hombre antes de que éste colapsara? Entonces recordó lo que él le había dicho antes, que no tenía suficiente tiempo para dormir o descansar.
Más tarde, mientras lo esperaban en la estación de tren, un jovencito empujó a Candy con tal fuerza que la tiró al suelo. Entonces arrebató su bolso y corrió por su vida entre la multitud. Tanto la Sra. Watts como Candy gritaron lo más fuerte que pudieron. Desde la distancia, Albert vio el robo y luego persiguió al joven. Sucedió que un botones de mediana edad capturó al ladrón en su huida, y Albert gritó, “¡Gracias! ¡El bolso le pertenece a mi amiga!”
El botones vio a la joven abriéndose paso por la plataforma, viniendo hacia ellos y asintiendo enérgicamente. Mientras el botones hacía que el ladrón le devolviera el bolso a Albert, el joven de cabello cenizo seguía chillando, “¡Déjeme ir! ¡Déjeme ir! ¡Déjeme ir!…”
Sin embargo, Albert no pudo evitar preguntarle al chico quien estaba empezando la adolescencia, “¿Por qué robaste?”
“¡Mi mamá está enferma!”, gritó el muchacho, con grandes gotas de lágrimas rodando por sus mejillas. “¡Ella es todo lo que tengo!”
El botones sujetó fuertemente con su enorme mano la quijada del joven y gritó, “¡Mentiroso!”
Incluso el maquinista vino y le dijo a Albert, “Señor, no le crea. ¡Hay demasiados ladrones en estos días!”
Pero Albert evaluó los suplicantes ojos del muchacho, las lágrimas en su ceñudo rostro, sus hombros caídos y sus temblorosas manos. Entonces el rubio le preguntó, “¿Cuánto necesitas?”
Mientras que el botones como el maquinista miraban fijamente al alto hombre con absoluta incredulidad, el rostro del chico resplandeció. Con esperanza en sus oscuros ojos marrones, el muchacho se limpió las lágrimas con las manos sucias y le indicó el monto que necesitaba para ver a un doctor. Eso sonaba suficientemente razonable, así que Albert sacó su billetera. La abrió y empezó a buscar el dinero, dándole más de lo que chico necesitaba. “Esto debería ser suficiente también para los medicamentos.”
El muchacho miró boquiabierto el efectivo en la mano del hombre. Nunca había visto tanto dinero en su vida, así que inmediatamente le hizo una reverencia al hombre de traje gris. “¡Señor, déjeme trabajar para usted! ¡Puedo hacer de todo!”
Pero Albert se inclinó para darle al muchacho una palmadita en el hombro. Mientras el chico se enderezaba, Albert también le dio su tarjeta de presentación. “Escríbele a mi asistente cuando tu madre se encuentre mejor. ¿Cómo te llamas?”
El muchacho respondió fuertemente, “¡Jack Ross!”
Albert repitió, “¿Jack Ross?”
“¡Sí, señor!”
“Prométeme que no volverás a robar, Jack,” lo amonestó el alto hombre.
Cuando Jack hizo un juramente de no robar nunca más, guardó el dinero y la tarjeta de presentación en la seguridad de su bolsillo. Entonces Albert le dijo al botones, dándole asimismo una propina, “Gracias por su ayuda. Por favor, suelte a Jack.”
El botones de piel oscura, un poco escéptico se rascó la cabeza antes de aflojar bruscamente su agarre del brazo del muchacho. El chico se tambaleó un poco antes de arrodillarse para agradecerle al generoso hombre, “¡Señor! ¡Jamás olvidaré su bondad!”
Albert inmediatamente sujetó al muchacho del brazo para levantarlo. “¡Ahora vete, Jack! Cuida bien de tu madre.”
El muchacho, derramando lágrimas de gratitud, asintió con resolución. “¡Lo haré, señor!”
Entonces el muchacho salió disparado sin mirar atrás. Por un rato Candy había permanecido de pie al lado de Albert, observando todo. Hoy no habría podido sentirse más orgullosa de él, así que cuando él se volvió hacia ella, preguntándole con preocupación en la voz, “¿Estás lastimada, Candy?, ella lo miró hacia arriba, con la admiración desbordando en sus ojos. Él le devolvió la mirada, perplejo, y el rubor se deslizó por su cuello en cuestión de segundos. Entonces ella lo sacó de su estupor, diciéndole que le dolían las rodillas, pero no demasiado. “¡Menos mal que hoy llevo puesto un vestido largo!” declaró, con una radiante sonrisa adornando sus labios, y se inclinó hacia delante para limpiar la evidente suciedad de su vestido. Solo entonces él recordó regresarle el bolso, y le colocó la mano debajo de su codo para ayudarla todo el camino de regreso hasta donde la Sra. Watts y las maletas se encontraban.
El viaje de regreso a casa era relativamente más corto, poco más de veinte horas [3]. Esta vez, pudieron sentarse cerca el uno del otro. Los asientos que quedaban uno frente al otro en la sección abierta, podían convertirse en literas superiores e inferiores, pudiendo cada una aislarse del pasillo central, debido a una cortina. La Sra. Watts se sentó frente a Candy, y Albert se sentó solo al otro lado del pasillo hasta que un hombre de cabello cano se apareció.
Sin utilizar ningún disfraz, Albert se sumergió en sus papeles de trabajo. Candy de vez en cuando le lanzaba miradas furtivas a su perfil, adorándolo en secreto. Él exudaba carisma y seguridad de sí mismo mientras trabajaba.
Unas horas después, el hombre de cabello cano estiró lo brazos, bostezó y dejó su asiento. Candy notó que su chaperona había empezado a cabecear, por lo que bajó su libro y en silencio extrajo el broche de su bolso. Cuando la diminuta campanilla tintineó, Albert levantó los ojos del documento y vio el reflejo de la luz en la superficie del broche que Candy sujetaba, por lo que sin prisa guardó su pluma y documentos dentro de su portafolio de cuero, preguntando de manera casual, “¿Sucede algo?”
El rostro de ella se sonrosó como si hubiera sido atrapada, pero rápidamente le sonrió y le dijo que le costaba trabajo creer que casi había perdido dos veces el broche durante su viaje de retorno. En breve, los dos escucharon los ronquidos provenientes de la Sra. Watts, quien obviamente cayó dormida en el mundo de los sueños, así que Candy continuó, “Durante todos estos años he conservado cerca de mí el broche en caso… ya sabes, mi príncipe…”
Sin embargo, la voz de Candy repentinamente se apagó, lanzándole una mirada fugaz a Albert. Ella titubeó ya que por ningún motivo quería que él la malinterpretara. Era verdad que Candy nunca había olvidado a ese encantador adolescente, guardando todavía la esperanza de que eventualmente un día él pudiera reaparecer frente a ella, pero no cambiaría a Albert por él. Ahora, Albert era mucho más importante para ella.
Así que le sacó la lengua. “Es mejor que pare antes de que te vuelva a aburrir con los detalles.”
Él siempre se sintió halagado cuandoquiera que ella mencionaba al chico escocés. Ella había pasado su niñez añorando volver a ver a su príncipe, incluso atesorando sus fantasías románticas de niña, lo cual explicaba por qué se había enamorado de Anthony a primera vista, por lo que Albert prontamente dijo, “Está bien, Candy. Sabes que no me molesta.”
Lo dice en serio, pensó ella. Había perdido la cuenta de cuántas veces le había relatado su breve encuentro con el Príncipe de la Colina, y Albert nunca había mostrado ni una señal de impacientarse. Sin embargo, la manera en que su rostro se iluminó en ese momento la tomó por sorpresa, y se sintió complacida y perpleja a la vez. La sonrisa que apareció en el rostro de Albert era una mezcla de diversión y comprensión, y sus ojos brillaban aún más debajo de sus gruesas cejas. Poco sabía ella que de hecho, el broche le había dado a él una excelente idea, y que se estremeció al sentir una oleada de emoción caer sobre él.
Pero Candy no estuvo de acuerdo, “No, no ahora. Hablemos de otras cosas.”
Por lo tanto, con cuidado volvió a guardar el broche en su bolso y miró a la Sra. Watts por el rabillo del ojo. La chaperona aparentemente estaba profundamente dormida, por lo que Candy caminó de puntillas hacia Albert. El asiento era lo suficientemente ancho para dos personas, y aunque estaba encantado de tenerla a su lado, de manera juguetona le alzó una ceja mientras se corría para hacerle espacio para que se sentara entre él y la ventana. Deliberadamente ella ignoró la broma y lo impregnó con una sonrisa que lo obligó a respirar profundamente. Ella sonrió como alguien que finalmente había obtenido su tan esperado premio, y en cuestión de segundos una sonrisa de satisfacción se extendió en el rostro de Albert. En ese momento, él se determinó a hacer lo que fuera para que ella fuera feliz por el resto de su vida.
Después de un rato de un agradable silencio, ella alzó la voz, incapaz de ocultar su curiosidad por más tiempo, “Albert, respecto a ese adolescente…”
“Candy,” él dijo, interrumpiéndola, “Hablo en serio cuanto te digo que no lo habría soltado sin pedirle…”
“No, no, no,” ella pronunció apresuradamente, negando con la cabeza de lado a lado. “Eso no es lo que iba a decir.”
“Pero debió haberse disculpado contigo,” insistió, juntando las cejas en un apenado ceño.
Con un asentimiento de su cabeza, ella pronunció suavemente, “Está bien. El chico me dio lástima.”
Él le sonrió con genuina admiración. “Candy, en verdad eres bondadosa, dispuesta a perdonar las faltas de los demás.”
Ella se sonrojó y respondió, “He aprendido a no guardar rencor.”
Asintiendo, él le replicó suavemente, “Pero no cualquiera puede hacerlo.”
Ella rehuyó de su escrutadora mirada, desviando los ojos, lo que hizo que el corazón de Albert se paralizara por un momento. Sin embargo, mantuvo la vista sobre ella, estudiando sus delicadas facciones, impotente de frenar el dulce sentimiento que crecía con más fuerza dentro de su pecho. ¿Realmente soy el afortunado chico con el que ella fantasea?
Cuando repentinamente ella volvió a levantar la mirada y se encontró con la de él, la boca se le abrió, no esperando que él la estuviera observando con afecto. Por cerca de dos segundos, ninguno de los dos habló mientras se sostenían la mirada, hasta que él recobró la compostura y se aclaró la garganta. Ella sintió el rostro enrojecérsele, pero lo escuchó decir, “Entonces, Candy, lamento haberte interrumpido. ¿Qué pasa con Jack Ross?”
Ella contuvo sus emociones y se tragó un suspiro, haciendo la pregunta, “¿Qué te hizo pensar que él estaba diciendo la verdad?”
Él se encogió de hombros. “No lo sé. ¿Supongo que algo en sus ojos o en la expresión de su rostro? Mi instinto me dijo que él no era un mentiroso. De hecho…”
Él se detuvo, desviando su atención hacia la ventana como si estuviera contemplando sus siguientes palabras. El tren estaba resoplando a máxima velocidad lo largo de los rieles, y el sol se estaba poniendo, coloreando todo con una tonalidad dorada, incluyendo a los árboles y a las casas.
Sin que Candy fuera consciente, Albert recordó como su corazón se agitó en gran manera en el momento exacto en que el muchacho había mencionado a su madre enferma, y que ella era todo lo que él tenía en el mundo. Albert mismo nunca había conocido a su propia madre. La Sra. Ardlay había fallecido poco después de darlo a luz, al único descendiente varón. Algunas veces, meditaba sobre porqué su difunto padre había elegido permanecer soltero desde entonces y acerca de qué hubiera ocurrido si su padre se hubiera vuelto a casar.
Teniendo a la vista el rostro melancólico de Albert, Candy se preguntó que estaría pasando por su mente en ese instante. Parecía desconcertado y de alguna manera perturbado. Solo cuando ella colocó la mano en su brazo, él dijo, todavía mirando hacia fuera de la ventana, “En cierta medida Jack me recordó a George.”
“¿A George?” ella repitió con duda, sus ojos agrandándose con perplejidad.
Él volvió su atención hacia ella. “Si, mi difunto padre conoció a George en Francia.”
“¿Francia?” ella preguntó con ojos interrogantes. “¿Estás diciendo que George era originalmente de Francia?”
Él asintió rápida y enérgicamente para confirmarle. “Sí, quería robarle el portafolio a mi difunto padre.” Su voz era serena y neutra, incluso rayando en la indiferencia, como si estuviera hablando de alguna noticia que hubiera leído en los periódicos.
“¿Qué?” ella gritó ahogadamente con incredulidad. ¿Cómo podía ser eso posible?
Albert la miró a los ojos y se lo relató, con el tono de su voz volviéndose significativamente cálido, “En lugar de tratarlo duramente, mi difunto padre decidió tomarlo bajo su cuidado y lo trajo con él a América, dándole una adecuada educación y tratándolo como si fuera su propio hijo. En retribución, George adoró a su benefactor desde lo más profundo de su corazón, y superó brillantemente las altas expectativas de mi padre.”
Candy continuó escuchando con fascinación. George también fue un niño abandonado, solamente un poco mayor que Rosemary, y habían crecido juntos como hermanos. Comparado a ellos, Albert era mucho menor. Cuando él alcanzó la edad de ocho años, justo antes que su padre falleciera en la flor de su vida, las últimas palabras de su padre hacia George fueron, “George, cuida de mi hijo, William. Hazlo por mí.”
La voz de Albert ahora estaba cargada por las emociones. Cerró los ojos por unos segundos antes de parpadear, y Candy vio un destello de humedad en sus ojos. Ella también sintió como las lágrimas llegaban a sus ojos mientras un nudo se formaba en su garganta. Era consciente de que Albert había perdido a su padre años atrás, pero no tenía idea que esto le hubiera ocurrido a tan corta edad. ¿Qué pasó con su madre? ¿En dónde estaba ella cuando su padre murió?
Entonces Candy recordó aquellos retratos familiares que había visto en Lakewood o en Chicago, y ninguno de ellos mostraba a la Sra. Ardlay con un niño. Ay no, ¿eso significaba que también perdió a su madre cuando era niño?
Candy se entristeció ante la repentina realización de que Albert también había crecido sin el amor y dirección de sus propios padres. Con el corazón latiéndole como si fuera un tambor, empujó el nudo en su garganta. Si recordaba bien, esta era la primera vez que Albert le revelaba algo tan personal de sí mismo, su difunto padre y George. Ahora que lo pensaba, ¿Cuándo fue la última vez que Albert se había mostrado vulnerable a su lado?
Siempre había sido fuerte por Candy, listo para protegerla, llevar las cargas de ella sobre sus hombros, o brindarle una mano. Sin embargo, él no era sino un hombre de carne y hueso, y tenía sus propios recuerdos y penas al igual que cualquiera.
Entonces la voz de Albert cortó el hilo de pensamientos de Candy, casi sobresaltándola. “Hasta donde recuerdo, George siempre ha estado a mi lado. Él es mi confidente y mi amigo más confiable, y puedo hablar con él casi de cualquier cosa…” abruptamente hizo una pausa para exhalar, resollando. “Santo cielo… ¿Qué fue lo que se me metió? Simplemente comencé a divagar y divagar como si fuera un anciano, ¿no es cierto, Candy?”
“No, no, Albert, por favor continúa,” le imploró. No se dio cuenta que él lamentaba haberle hablado sobre George. Primero debió haber contado con su permiso. Por lo tanto, ante su alentador asentimiento, él simplemente concluyó, con una apesadumbrada sonrisa curvando sus labios, “Debo decir que le debo mucho a George y es gracias a él que en mi juventud, pude disfrutar de mi libertad. Lamentablemente, hice que se preocupara demasiado.”
Ella fijó sus ojos en los melancólicos ojos de él, lo cual hizo que ella evocara el período cuando él había estado amnésico, completamente perdido y vulnerable. En ese entonces mientras él estuvo desaparecido por muchos meses, ella pudo imaginar cuan angustiado debió de haberse sentido George. Albert pareció percatarse de sus pensamientos y reconoció, “Sí, George nunca antes en su vida había sentido tanto pánico ni había estado tan afligido… hasta después de meses de no saber absolutamente nada de mí.”
“Puedo asegurarlo…” ella murmuró estando de acuerdo. En ese entonces ella también había optado por mantener oculto de George a su paciente amnésico para no preocupar a su tutor. Cuando le contó eso a Albert, ambos dejaron escapar una amarga risa, negando con la cabeza en resignación. Entonces ella se puso seria, preguntándole si le había mencionado algo de esto a alguien. Él negó lentamente con la cabeza y enunció, “No. Solo a tí. Mi tía sabe algo, pero no todo.”
Eso la tomó por sorpresa, y su respuesta la hizo sentirse increíblemente especial. Estaba considerablemente conmovida por el hecho de que él hubiera confiado en ella, y se encontró mirando fijamente hacia esos azules estanques de luz. Él también se le quedó mirando de manera tan fija que la congeló en su lugar e hizo que su pulso se acelerara incontrolablemente. Percibió que él tenía algo más que decirle, y cuando sintió como las mejillas se le fueron poniendo calientes, un fuerte brazo le rodeó los hombros. A medida que era atraída hacia su cuerpo masculino, envuelta en su familiar fragancia, la pregunta de la Sra. Watts arruinó el momento entre los dos.
“¡Oh! ¿Qué hora es?” preguntó la chaperona en tono somnoliento, sofocando un bostezo con los ojos todavía cerrados.
Entonces Albert alzó su brazo de Candy, alejándose de ella antes de ponerse de pie. En el exterior, el ocaso se intensificaba, por lo que respondió, “Sra. Watts, creo que es hora de la cena.”
Nota de pie de página:
[1] De acuerdo a Amtrak, viajar de Miami a Nueva York toma aproximadamente de 1 día y 4 horas.
[2] En Wikipedia, dice que usar gafas de sol empezó a hacerse popular a principios de 1920. Las gafas de sol no fueron producidas en masa hasta que Sam Foster las introdujo a América en 1929.
[3] De acuerdo a Amtrak, viajar de Nueva York a Chicago toma aproximadamente de 19 a 21 horas, pero ya que desconozco en dónde está exactamente ubicado el Hogar de Pony, esta es una mera estimación.
Nota: Una vez más, esta historia es producto de mi imaginación. Si encuentran algún error de escritura, por favor, amablemente háganmelo saber. Gracias. Acerca de los vagones dormitorio, tomé ideas al leer varias páginas, incluyendo ‘Open Sections’ y ‘Pullman Cars’.
Muchas gracias a quienes me han dejado sus comentarios y también a quienes han leído esta historia en silencio, quisiera agradecerles su interés.
En Candy Candy Final Story, Terry le envía una breve carta a Candy sin fecha, pero él escribió (CCFS Vol 2, Pag. 283 en japonés):
……あれから一年たった。(…Ha pasado un año desde aquello.)
El simple hecho de que Terry utilizó あれ (que quiere decir ‘aquello’), indica que se refiere a un incidente que era familiar para ambos, Terry mismo y Candy. Las personas no siempre usan あれ de ésta manera, pero algunas veces あれ puede ser utilizado para hacer alusión a un tema ya sea sensible o incómodo que uno preferiría no mencionar explícitamente, pero tanto el emisor como el receptor, comprenden a lo que se está aludiendo.
Por lo tanto, estoy inclinada a creer que Terry se refería a su dolorosa ruptura en Nueva York ya que él no esperaba que Candy supiera la fecha de la muerte de Susana (como muchas han asumido). Como algunas de ustedes han señalado, cerca de año y medio después de la ruptura, posiblemente alrededor del cumpleaños de Candy, fue lo que pudo haber impulsado a Terry a contactarla.
Si están interesadas, por favor lean mis antiguas publicaciones, ‘Carta Ambigua’, ‘Kono, Sono y Ano’, o lean estas interesantes discusiones respecto al uso de あれ: http://forum.koohii.com/viewtopic.php?pid=225417