Ms Puddle's Haven

Relación Peculiar Capítulo 8 (Parte 1)

¡Gracias por su paciencia!

¡Muchas gracias, mi querida amiga QuevivaCandy! ❤ ❤

–Ms Puddle

Capítulo 8 (Parte 1)

Mientras que Candy y Albert estaban sumamente ocupados en su conversación, ignoraban por completo que la Sra. Watts había despertado de su siesta. Sin embargo, ella había optado no interrumpirlos. Después de todo, solamente estaban conversando, así que no estaba demasiado preocupada.

Desde luego, la mujer de mediana edad había escuchado los maliciosos rumores sobre este par, al ser su propia madre una de las viejas amigas de Madam Elroy. Sin embargo, después de pasar algún tiempo con la joven así como con su tutor legal, la Sra. Watts supuso que los despreciables individuos que habían difundido los rumores, no podían estar más equivocados respecto a ellos.

De hecho, de camino a Miami, la Sra. Watts había hablado lo suficiente con la Señorita Candice. La mujer mayor pudo leer a la joven como si fuera un libro, y después de escuchar las explicaciones de la chica de porqué había querido cuidar a un paciente amnésico al vivir con él bajo un mismo techo, la Sra. Watts se había convencido de que la Señorita Candice era completamente inocente respecto a los hombres. Mientras que la Sra. Watts había encontrado increíble que el hombre hubiera logrado refrenar sus deseos, actuando como el hermano mayor de la joven durante todo ese tiempo, incluso compartiendo la misma litera con ella, la chaperona creía que ellos en realidad habían mantenido su amistad pura.

Además, la Sra. Watts no había podido detectar ni un indicio de romance en su relación. Ella había observado que la Señorita Candice había sido cordial con Sir William pero se había mantenido un tanto reservada, como si existiera una barrera entre ellos. De manera similar, Sir William tenía un aire casual sobre él que hacía que las personas a su alrededor se sintieran cómodas, y aun así, cuidadosamente había mantenido una distancia segura con la Señorita Candice. De cualquier forma, aunque ellos no se comportaban en absoluto como padre e hija, eran más bien íntimos amigos que enamorados.

Por lo tanto, de momento, la Sra. Watts mantenía puesto un ojo sobre ellos sin que estuviera en modo de alerta. Aunque no había prestado mucha atención a lo que decían, nada inusual había ocurrido hasta ahora. Solo cuando se empezó a relajar un poco más, un repentino silencio cayó sobre ese par. Fue entonces que la chaperona descubrió a la Señorita Candice mirando al hombre junto a ella con evidente adoración en sus brillantes ojos. Aunque la Sra. Watts no podía ver el rostro de Sir William, su instinto la alertó que no podía restarle importancia a eso como si fuera un gesto entre buenos amigos. Solo cuando Sir William colocó su brazo alrededor del hombro de la joven, halándola hacia él, la joven pestañeó y cerró los ojos como si estuviera en anticipación de algo. Y en ese mismo instante, la Sra. Watts tuvo que intervenir de la manera menos grosera.

Como esperó, una sombra de asombro atravesó las facciones de la joven, y esta expresión pronto dio paso a una de disgusto. La manera en que la joven hizo un consciente esfuerzo por volver a poner una sonrisa en su rostro no escapó de la atención de la Sra. Watts. En ese momento, la mujer mayor admitió que antes de esto había sacado conclusiones precipitadas. Ambos debían haber mantenido sus emociones bajo un excelente control cuando estaban frente a la gente. En ese caso, la preocupación de Madam Elroy no carecía de fundamento. Madam Elroy tenía la corazonada de que su joven sobrino, habiendo perdido por completo la memoria, involuntariamente había desarrollado sentimientos románticos por su hija adoptiva cuando vivió junto a ella.

Sin embargo, ¿quién no se enamoraría de esta bondadosa joven? Sir William solo era un ser humano. Eso sin mencionar que era demasiado joven para ser el padre de la chica. Incluso a la propia Sra. Watts había empezado a agradarle la Señorita Candice como persona y no solo como cliente. De manera similar, Sir William era apuesto, sensible, cortés, galante y un caballero. ¿Quién no lo encontraría atractivo? Por lo tanto, la Sra. Watts sintió pena por ellos, pero Madam Elroy le había dado su confianza, y su trabajo era supervisarlos.

Durante el transcurso de la cena, Candy todavía estaba conmocionada por el momento en que Albert la había atraído hacia él, su cálido aliento cerniéndose sobre sus cejas. El ritmo de su propio corazón sincronizado con los resoplidos del tren mientras se movía con rapidez. Por otro lado, Albert de hecho estaba aliviado de que la Sra. Watts los interrumpiera justo a tiempo. Sus emociones lo habían vuelto a traicionar. No solamente había revelado demasiado acerca de George, casi había besado a Candy en los párpados. Había anhelado sentir la suavidad de sus párpados debajo de sus labios. ¿Cuántas veces había soñado en besar sus párpados, las pecas de su nariz y luego sus rosados labios?

No, no se permitiría a sí mismo tomar sus labios con los suyos todavía, no antes de que le hubiera declarado su amor. Esperaría hasta que ella lo aceptara por quien él era y que todavía estuviera dispuesta a amarlo también con todo su corazón.

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“Sir, William,” dijo la Sra. Watts cuando él llamó con un gesto a un carruaje que se encontraba cerca de la estación de tren. Iban a llevar a Candy de vuelta al Hogar de Pony.

“¿Si, Sra. Watts?” respondió, mientras el carruaje se iba acercando a ellos.

La chaperona entonces explicó que ella regresaría sola a Chicago, lo que sorprendió a sus dos compañeros de viaje.

“¿No se siente bien, Sra. Watts?” preguntó Candy con genuina preocupación en su tono de voz. Ella aún recordaba vívidamente las estrictas órdenes de la Tía Abuela Elroy, así que esa fue su mejor suposición de porqué la Sra. Watts no la llevaría a casa como le había sido indicado.

La Sra. Watts estaba conmovida. La Señorita Candice no le había dado ninguna dificultad durante el viaje como algunas jóvenes se las habían dado antes, ni siquiera después de su oportuna interrupción justo antes de la cena. En respuesta, la Sra. Watts se inclinó hacia adelante, y le susurró, “Le deseo la mejor de las suertes, Señorita Candice. Recuerde, el verdadero amor prevalece.”

Candy solo pudo quedársele viendo fijamente con ojos grandes e inocentes, absolutamente perpleja por la declaración. Aturdida, escuchó que la Sra. Watts le dijo a Albert, “La Señorita Candice está en buenas manos, así que supongo que he hecho mi parte. Además, estoy ansiosa por regresar ya que la esposa de mi hijo se encuentra en avanzado estado de gestación.”

Asintiendo con una sonrisa, él prometió, “Sé lo que tengo que decir si mi tía me pregunta sobre usted más tarde. Personalmente le garantizo que usted estará bien.”

Ella se echó a reír. “Gracias, Sir. Supongo que Madam Elroy nunca hubiera esperado que no siguiera a cabalidad sus instrucciones.”

Después de estrecharles las manos a ambos, la Sra. Watts se giró hacia Candy. “Señorita Candice, por favor vaya a visitarme a Chicago si es que hay alguna buena noticia,” terminó su invitación haciendo un guiño.

Ni Candy ni Albert pudieron descifrar su declaración como si hubiera hablado en idioma extranjero. Notando sus confundidas y perplejas expresiones, solo les mostró rápidamente una sonrisa antes de regresar a la estación de tren.

Sin que la pareja lo supiera, mientras la noche anterior estaba acostada en la litera, la Sra. Watts había evocado como Rosemary, la fallecida hermana de Sir William, había peleado en aquel entonces por el amor de su vida. Incluso aunque ellas tenían más o menos la misma edad, nunca habían sido cercanas, sin embargo la Sra. Watts realmente había admirado a Rosemary por su valor. Si Rosemary no hubiera fallecido tan joven, también tendría unos cuarenta años. A diferencia de Rosemary, la Sra. Watts había obedecido por completo el compromiso matrimonial hecho por sus padres, pero ocasionalmente, todavía pensaba en su primer amor, preguntándose cómo le iría a él con su propia familia.

Cuando el carruaje se iba dirigiendo hacia el orfanato, Albert y Candy se sentaron uno al lado del otro pero estaban inusualmente callados. Al principio, Albert se había sentido entusiasmado por estar finalmente a solas con Candy, gracias a la Sra. Watts, pero tenía tanto en su mente que no podía decidir dónde o cómo empezar.  Lo mismo le pasaba a Candy. Además, mentalmente estaba practicando el discurso que les daría a sus madres de crianza.

Algún tiempo después, Albert finalmente rompió el silencio entre ellos, “Candy, ¿puedo hacerte una pregunta?”

Ella sonrió. “Por supuesto. Cuando quieras.”

Por lo tanto, él empezó, “¿Exactamente cómo fue que atravesaste el Atlántico cuando dejaste Londres? Todos estos años asumí que habías gastado tu mesada, pero justo recientemente, descubrí por George que no habías…”

Antes de que él terminara, ella se disculpó con sinceridad, “Lamento mi conducta imprudente, Albert.  En ese entonces debería haberlo pensando dos veces.” En absoluto le había contado a Albert o a sus madres de crianza sobre su aventura.

Él instantáneamente arqueó las cejas en una expresión de preocupación, y ella comprendió que él quería que ella le contara con detalle, así que apartó la mirada y pronunció en voz baja, “Regresé como polizón.”

“¿Polizón?”, repitió él en voz alta, con sus ojos abriéndose desmesuradamente con incredulidad.

“Sí,”, ella balbuceó, dirigiéndole una mirada avergonzada. Luego empezó a relatarle como había ido a parar a la casa de un viudo, se había quedado ahí por un tiempo, etc. Al principio Albert soltó una carcajada pero continuó escuchando su historia con atención. Mientras los eventos se desarrollaban, él empezó a inquietarse, y su expresión se tornó seria; sintiéndose cada vez más incómodo. Para el momento en que Candy le contó que dentro de la bodega del barco se encontró con otro polizón llamado Cookie, Albert de repente la sujetó fuertemente entre sus brazos. Ella inhaló rápidamente una bocanada de aire; la acción de Albert la había tomado por sorpresa. Entonces él murmuró en voz baja, “Candy, cómo pudiste… Gracias a Dios nada malo te pasó en ese entonces…”

Él sonó muy emotivo, pero el sentimiento de ser amada se incrementó en el interior de Candy. Desde el momento de aquel afectuoso abrazo en el resort de Miami, ella gradualmente se había dado cuenta de los sentimientos de él por ella, y ahora, estaba absolutamente segura de que él se preocupaba por ella enormemente, pero no como su hermana o hija adoptiva. Ella lo sintió a pesar de no ser capaz de describirlo. Justo cuando estaba a punto de rodearlo con sus brazos, el carruaje se sacudió al detenerse de golpe, lanzándolos hacia delante. Fue entonces que él la soltó y echó un vistazo por la ventana. Habían llegado al Hogar de Pony más rápido de lo esperado, y el carruaje ya estaba rodeado al menos por una docena de niños pequeños. Esa era probablemente la razón por la cual el cochero tuvo que detener los caballos con un repentino tirón.

En ese momento, una mezcla de amor, anhelo y soledad cayó sobre Candy. Por un lado, el largo viaje había terminado, y finalmente se encontraba en casa. Por el otro lado, Albert pronto la dejaría, así que no pudo evitar dirigirle una desolada mirada.

Cuando el cochero les abrió la puerta a sus pasajeros, Albert bajó de primero y saludó a la Señorita Pony antes de ofrecerle una mano a Candy para que descendiera.

“¡Señorita Pony!” exclamó Candy con regocijo, enmascarando su tristeza y lanzando sus brazos alrededor de la anciana mujer.

“¡Bienvenida, Candy!” pronunció con una voz alegre, dándole palmaditas a Candy en la espalda alta con amor maternal. Mientras los niños se turnaban para abrazar a Candy, Albert estaba conmovido de ver cuánto amor Candy tenía ahí en el orfanato. Sin duda éste había sido siempre el hogar de ella, a donde su corazón pertenecía.

¿En dónde está el hogar para mí? Se preguntó mientras le pagaba al cochero y recogía el equipaje. ¿En dónde puedo descansar, relajarme y ser yo mismo?

Para él, el hogar ya no estaba más en Lakewood en dónde había crecido con Rosemary. Desde que ella se había ido, sus únicos compañeros habían sido George y otros reservados sirvientes más sus tutores. Su hogar tampoco era la mansión principal en Chicago, en dónde su tía había asegurado su seguridad al aislarlo del resto del mundo durante años. Incluso ahora, ese no era un lugar en dónde él se sintiera amado.

El hogar debería ser como un refugio, en dónde las personas me aceptaran por quien yo soy… Mientras meditaba, uno de los momentos más felices de su vida reapareció en su mente. Cuando Candy y él vivieron juntos por primera vez, él había insistido en lavar su propia ropa. Pero una noche, cuando él descubrió que sus camisas y pantalones habían sido cuidadosamente lavados por su compañera de habitación, se había conmovido hasta las lágrimas. En aquel entonces, el apartamento de hecho había sido el pequeño refugio de ambos.

La voz de la Señorita Pony lo trajo de vuelta a la situación actual, “Gracias, Sir William, por traer de vuelta a casa a Candy. Sé que debe estar exhausto por el largo viaje, ¿pero le importaría unirse a nosotros para almorzar?”

“¡Me encantaría!” no pudo haber respondido más rápido, con sus ojos brillándole. Todavía no se sentía con el ánimo de regresar a su ajetreada vida en Chicago, no después que ya se había encargado de algunos mandados en Nueva York.

Mientras tanto, el cerebro de Candy apenas podía registrar las señales transmitidas por sus sentidos. ¿Por qué la Señorita Pony no estaba en lo más mínimo sorprendida de ver a Albert aquí conmigo? ¿Cómo si lo estuviera esperando?

Sin embargo, ella siguió a Albert. La Señorita Pony los guio de vuelta al orfanato, en dónde la Hermana María estaba ocupada preparando el almuerzo para todos. Nuevamente, la Hermana María le dio la bienvenida a Albert como si fuera algo natural que él llegara a casa con Candy. Y no solo eso, cuando Albert se ofreció a ayudarla, la Hermana María aceptó encantada e incluso le pasó un delantal. No hace falta decir, Candy también quería ayudarlos, pero la Señorita Pony le pidió que jugara afuera con los niños, diciendo, “¡Ellos te han extrañado mucho!”

Candy pensó, ¿Qué está sucediendo? Pero obedeció lo que se le había solicitado y tomó sus guantes de invierno y la bufanda.

En todo caso, Candy apenas podía contener la felicidad ya que Albert se quedaría a almorzar, que era más de lo que había esperado. Pensó que la dejaría y regresaría a la estación de tren, tomando el mismo carruaje de regreso. Mientras tanto, se preguntó cuánto tiempo él planeaba quedarse, y si lo hacía, ¿pasaría algún tiempo a solas con ella? Con todas estas preguntas en su mente, los niños se quejaron de que ella en realidad no estaba jugando con ellos. Cuando Candy les dio una sonrisa avergonzada, la Señorita Pony anunció que era hora del almuerzo.

Durante el almuerzo, Albert se convirtió en un narrador. Habló de sus días en África, contándoles a los niños sobre las pobres condiciones de vida que vivían allá. Las personas tenía que caminar kilómetros para obtener agua dulce, pero las personas estaban contentas porque no tenían nada con que compararlo. También les platicó sobre algunos fascinantes hechos de varios animales salvajes.

Después del almuerzo, se ofreció a lavar todos los platos, pero la Señorita Pony le dijo que no de manera cortés y lo instó a que descansara. Entonces él volvió su sonrisa hacia Candy. “Me gustaría visitar al Dr. Martin.  Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vi. ¿Te gustaría venir conmigo?”

“¡Sí! ¡No puedo imaginar su reacción!” respondió ella, rebosante de emoción.

Ante su positiva respuesta, Albert atentamente le pido permiso a la Hermana María para salir con Candy. Candy rápidamente buscó su maleta para ir a recoger el recuerdo que le había comprado al amable médico, pero ni siquiera habían llegado a la entrada del orfanato cuando un uniformado mensajero estacionó su bicicleta y se detuvo justo frente a ellos, preguntando, “¿Aquí hay alguien llamado William A. Ardlay?”

(Continuará)

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