Ms Puddle's Haven

Relación Peculiar Capítulo 8 (Parte 2)

¡Muchas gracias por su paciencia! ¡Muchas gracias, mi querida amiga QuevivaCandy! ❤ ❤ ❤ ❤

–Ms Puddle

Capítulo 8 (Parte 2)

“Soy yo,” respondió Albert, con un ceño formándose entre sus cejas. El muchacho le extendió un telegrama, y Albert tuvo un presentimiento de que este era de su tía. Abriendo el sobre, empezó a leer, con sus cejas frunciéndose más profundamente. Candy sabía que algo malo ocurría, así que rápidamente preguntó, “¿Qué sucede?”

Él levantó la mirada del papel y la miró fijamente, su expresión era abatida. “Lo siento. Debo regresar a Chicago. Mi tía me informa que George tuvo una fiebre muy alta.”

“¿George?” repitió ella duplicando el tamaño de sus ojos, y un dejo de ansiedad atravesó su rostro.

Él asintió profundamente. “Eso raramente le sucede a George,” murmuró, con dudas y aprehensión revoloteando por su mente. En ese momento, el mensajero los apremió antes de retirarse, “Señor, un carruaje está en camino para recogerlo.”

El reflejo de sus cejas reveló su sorpresa, pero en cuestión de segundos soltó un profundo suspiro de resignación. Su tía había tomado medidas para asegurarse de que él regresaría a la hora más temprana posible. Candy rápidamente expresó su deseo de ir despedirlo, lo cual él aceptó. No mucho después de que él volviera a entrar en el orfanato para recoger su equipaje y decirles adiós a todos, un carruaje se detuvo frente al Hogar de Pony.

Durante el viaje, afligido por la turbulencia de sus emociones, Albert no pudo evitar que los indicios de su consternación se abrieran camino hacia su apuesto rostro. Oh Dios… por favor… que no sea la devastadora gripe Española… [1]

Candy indudablemente había visto la angustia en sus ojos. Ella supuso que él estaba sumamente preocupado por George, y se conmovió de que Albert considerara a George como un verdadero amigo, y no solamente como a un empleado o un subordinado. Cuando se estaban acercando a la estación de tren, él dijo, “Lo siento, Candy. Quería pasar un poco más de tiempo hablando contigo, pero ahora, mi mente está llena con…”

Mientras le sostenía la mirada, ella puso un dedo sobre su propia boca para callarlo. “Está bien. Comprendo cómo te sientes en este momento. Si esto le ocurriera a la Señorita Pony o a la Hermana María cuando yo estuviera lejos, también habría partido inmediatamente para volver con ellas.”

Él desvió la mirada hacia su regazo, asintiendo lentamente, y ella se dio cuenta de que era posible que él temiera perder también a George, habiendo perdido con anterioridad en su vida a sus padres y a su amada hermana. Tal vez George era la única ‘familia’ para él, y estaba en lo correcto. Él habló por encima del nudo en su garganta, “Nadie me conoce mejor que George. Él es el único hombre con quien siempre puedo contar…”

Mientras su voz se iba apagando, ella cayó en cuenta la razón por la cual George había desobedecido deliberadamente a su joven jefe en el pasado, cuando Neil la había forzado para que se casara con él, asegurando que ella tenía que obedecer la orden del Tío Abuelo William. ¿Podría ser… podría ser posible que George haya visto a través de los pensamientos más íntimos de Albert…?

La siguiente cosa que él supo, fue que ella espetó, “¡Albert, no puedo creer que todavía no le haya agradecido adecuadamente a George!”

Él no estaba seguro de lo que ella estaba hablando. Ante su confusa expresión, ella explicó, “Realmente estoy agradecida con él por haberme revelado en dónde te encontrabas en una situación crítica.”

Por un momento él pareció desconcertado y luego se vio como si algo lo hubiera golpeado. “Te refieres… ¿A Neil?” pronunció, su tono era inseguro.

En respuesta, la espléndida sonrisa de Candy lo llenó como si él acabara de ganar un premio, y estaba embelesado por su cautivante sonrisa. Entonces ella comenzó a contarle con detalle lo emocionada y agitada que había estado, dejando Chicago para ir a Lakewood con la esperanza de finalmente conocer a su misterioso benefactor. En poco tiempo habían llegado a su destino, y Albert se adelantó para comprar un pasaje para el próximo tren disponible. No se marcharía hasta una hora más tarde, así que instó a Candy para que volviera a casa. Sin embargo, ella insistió en quedarse el menos media hora más. Después de darle una larga y escrutadora mirada, él supo que ella había tomado una decisión. Completamente consciente de que a veces ella podía ser muy testaruda, se dio por vencido y le agradeció sinceramente por hacerle compañía. “Ya que tenemos algo de tiempo libre, ¿quieres escuchar mi lado de la historia?”

Ella dio un entusiasta grito de alegría, lo que sobrecogió el corazón de Albert, así que encontraron una banca para sentarse antes de que él le relatara lo extremadamente impactado que él había estado ese día. “Tomé un breve descanso después de un agotador viaje de negocios, y tanto mi tía como George sabían que pasaría unos cuantos días a solas en Lakewood antes de regresar a Chicago. Por lo tanto, nunca esperé escuchar una familiar voz femenina, dirigiéndose a mí como Tío Abuelo William. Cuando pensé que debía ser una ilusión, ella continuó rogándome para que no la forzara a casarse con Neil. Yo estaba cómo, ¿Neil? ¿Qué? ¿Ese mocoso malcriado?”

Él hizo una pausa ahí y la observó tiernamente, con firmeza en sus ojos. Fue ella quien repentinamente se sintió avergonzada y evitó sus sorprendentes ojos azules, pero él continuó, “Comprendí enseguida que mi tía estaba detrás de eso, haciendo mal uso de mi nombre.”

Albert dejó de hablar de golpe, exhalando un largo suspiro. Recordó como en aquel momento una ardiente ira había recorrido rápidamente sus venas como si fuera fuego, y se había determinado ayudar a Candy sin importarle el precio.

Ante el repentino silencio de Albert, Candy volvió a mirarlo a los ojos, y fue ahí cuando él dejó escapar otro suspiro, diciendo, “Sabía que eventualmente descubrirías mi verdadera identidad, pero no cuando ni siquiera yo mismo estaba listo.”

Él negó con la cabeza y una amarga risa se escapó de su garganta, con sus ojos mirando a lo lejos a la distancia. Ella se le quedó mirando, sintiendo mariposas en el estómago. ¿Le revelaría algo más ahora? Si no fuera por George, ¿cuándo planeaba Albert dejar de esconderse… de mí? ¿Por qué me estuvo evitando… por qué no me dijo la verdad, de su recuperación o de nuestra relación legal? Ese día, cuando me quejé con él sobre sentirme mayor como resultado de pasar muchas noches sin dormir, preocupándome por él, él dijo que prefería verme mayor… así la gente no pensaría que yo era su hermana menor… ¿Qué quiso decir exactamente con eso?

Mientras tanto, él meditaba sobre como el destino la había traído inesperadamente a su vida, una y otra vez. He estado luchando por superar mis sentimientos por Candy… pero es inútil, a pesar de mis mejores esfuerzos, incluso dirigiéndola a Rockstown… No importa cuánto me esfuerce por distraerme para no pensar en ella, ella constantemente viene en mi hilo de pensamientos, nublando mi mente y mis emociones. Entonces un día, cuando no estaba en absoluto preparado, ella reapareció de la nada… El difícil momento que había temido finalmente había llegado… Fui forzado a enfrentar la cruel realidad de que yo era el tío rico al que ella había añorado conocer…

El silbato del tren sonó con fuerza, trayéndolos a ambos al presente. Cuando un enorme motor de vapor resopló, anunciando que era hora de abordar el tren, Albert y Candy verificaron el gran reloj en la plataforma y luego se miraron el uno al otro. Entonces él le extendió una mano y dijo, “Vamos, Candy.”

Cuando ella colocó su mano en la de él, la levantó a Candy junto a él mientras se enderezaba. Mientras caminaban sin prisa hacia el tren, ella expresó su gratitud por lo que George había hecho para rescatarla. Su acto de desobediencia la había llevado a Albert, de lo contrario, habría huido del país para evitar a Neil o a la Tía Abuela Elroy.

Albert se echó a reír. Entonces Candy preguntó, “¿Así que George sabía con quién habías estado compartiendo el apartamento?”

Él asintió enseguida. “Desde entonces, todos los días, George y otros hombres iban a recogerme para trabajar. Trabajábamos por largas horas, pero George respetó mi deseo.”

El simple hecho de que ella no tenía mucho tiempo para hablarle, hizo que se tragara la apremiante pregunta por la garganta, ¿por qué decidiste continuar viviendo conmigo? En lugar de eso, con una sonrisa le contó las sospechas de la casera respecto a que él era un miembro de la mafia. “Yo estaba ofendida, y con vehemencia te defendí de esos rumores. En lo profundo de mí ser, me daba cuenta que te habías comportado muy extraño durante meses, y a veces yo también tenía dudas, pero elegí confiar en ti.”

Él estaba mudo, abrumado con fuertes sentimientos. ¿Cómo podía olvidar aquella noche, cuando había llegado a casa y había presenciado la acalorada discusión que ella tuvo con la casera por su causa?

“Gracias, Candy,” logró decirle, su voz era muy suave. Tuvo que pelear con cada onza de su ser para no tomarla entre sus brazos y besarla de lleno en los labios.

Ella se sonrojó aunque estaba desilusionada que eso fue todo lo que consiguió de él, pero un par de segundos después, él inhaló profundamente, apenas capaz de contener los las intensas oleadas de emociones que sentía en su interior. “Candy, debo decir que tú plática es la medicina más revitalizante de todas. Ya no me siento ansioso. Tengo una fuerte sensación de que George pronto se recuperará.”

“¡Oh sí, él lo hará!” exclamó ella con seguridad, su sonrisa se ensanchó a una incluso más radiante. “¡Él es un hombre maravilloso, y oraré por él!”

Cuando el silbato volvió a sonar, el conductor gritó, “¡Todos a bordo!” Entonces Albert se inclinó y colocó sus manos sobre los hombros de Candy antes de plantarle un beso en la frente. “Mantente en contacto.”

Ella asintió, parpadeando para contener las lágrimas que amenazaban con derramarse. “¿Cuándo te volveré a ver?”

“No lo sé,” respondió él, con la voz empañada. “Ya veré.”

Mientras la boca de ella se curvaba en una sonrisa, él inhaló con fuerza y pronunció seriamente, “No olvides escribirme.”

“No lo haré,” pronunció ella rápidamente. “No he olvidado hacerlo una sola vez, ¿cierto?”

Cuando una vaga sonrisa tocó las comisuras de sus labios, ella rogó, con un par de lágrimas corriendo por sus mejillas, “Prométeme que te cuidarás, ¿de acuerdo? ¡No te presiones demasiado!”

Dándole un firme asentimiento, suavemente le enjugó las lágrimas con sus pulgares. “Por favor, saluda de mi parte al Dr. Martin,” dijo con la voz ronca, sorbiendo. Podía sentir la humedad formándose en sus ojos, su garganta apretándose cada vez más.

“¡Lo haré!” llegó su afirmativa respuesta, y ella pensó que vio un destello de lágrimas en sus ojos, pero antes de que pudiera dar una segunda mirada para asegurarse de ello, él parpadeó y se giró sobre sus talones, dirigiéndose directamente hacia el tren. Él estaba luchando por no derramar una lágrima, pero su corazón estaba oprimido ante el pensamiento de no poder verla por un indeterminado período de tiempo. ¿Por qué tenía que vivir tan lejos?

Con nostalgia, Albert reconoció que, además de George, Candy era la única persona que lo entendía mejor que nadie. Esa fue una de las razones por las cuales no pudo dejarla incluso meses después de que se recuperó de la amnesia. ¿Cómo podría apartarse de su cariñosa atención y de su genuino cuidado por sus necesidades? Los días que había compartido con ella en ese pequeño apartamento habían sido reconfortantes cuando menos. Entonces, en ese momento, él se dio cuenta que ella era su hogar.

Sin saberlo Albert, los ojos de Candy lo siguieran hasta que lo perdió de vista. Silenciosas lágrimas estaban rodando por sus mejillas, no sabiendo cuando él tendría tiempo de volver a visitar el Hogar de Pony en un futuro próximo. Inmediatamente, una anciana que estaba de pie al lado de ella interrumpió sus pensamientos, “Anímese, jovencita. Ese hombre definitivamente volverá por usted.”

Candy no pudo evitar preguntar, “¿Usted lo cree?”

“¡Absolutamente! Él ya la extraña.”

Y Candy también ya lo extrañaba. Sentía como si una parte de ella se hubiera ido con él. Sin embargo, encontró las palabras de la anciana reconfortantes, y una débil sonrisa regresó a su joven rostro. Mientras se enjugaba las lágrimas con el dorso de sus manos, la anciana le mostró una sonrisa sin dientes. “¡Qué rostro sonriente más extraordinario! ¡Usted debería sonreír más!”

En cuanto escuchó eso, la imagen del Príncipe de la Colina resurgió en su mente. Se sintió animada y consolada, como si hubiera escuchado a su príncipe decirle, eres más linda cuando sonríes, pequeña. Así que, Candy le asintió a la anciana y riendo, la mujer se alejó a paso lento, apoyándose en su bastón. Solo entonces Candy se giró sobre sí. Era hora de regresar al orfanato. Les diría a la Señorita Pony y a la Hermana María con sinceridad que había decidido seguir a su corazón. De hecho, después de pasar algún tiempo con Albert en los últimos días, Candy estaba más segura que nunca que él albergaba sentimientos por ella.

Poco sabía ella que cuando Albert había enviado el telegrama al Hogar de Pony con anterioridad, informándoles a la Señorita Pony y a la Hermana María sobre su retraso, él había añadido lo siguiente,

Hablemos, nosotros 3.

W.A.A.’ [2]

Eso explicaba por qué las mujeres lo habían estado esperando y habían enviado afuera a Candy mientras preparaban el almuerzo. Después de que él terminó de dar su sincero discurso, tanto la Señorita Pony como la Hermana María, con lágrimas en los ojos, le habían prometido ser precavidas, manteniendo esa conversación en secreto de Candy. A su debido tiempo, él mismo se lo revelaría.

(Continuará…)

Relación Peculiar

Notas de pie de página:

[1] Nadie sabe con precisión cuántas personas murieron durante la pandemia de gripe Española de 1918-1919. Se estimó que la mortalidad mundial en cualquier lugar fue entre 30 y 50 millones. Un estimado de 675,000 americanos estaban entre los muertos. Para su interés, simplemente busquen las palabras clave, “gripe Española”.

[2] Dado que las compañías de telégrafo cobraban sus servicios de acuerdo al número de palabras en un mensaje, las personas trataban de abreviar las palabras y compactar la mayor cantidad de información en el menor número de palabras y/o caracteres posible.

Nota: Aquellas que están familiarizadas con Candy Candy Final Story (CCFS) ya sabrán que tomé algunas ideas de una retrospección de Candy en CCFS. Particularmente, me gustaría explicar por qué la reacción de Anohito cuando Candy le contó por primera vez su experiencia como polizón, es en efecto a favor de Albert como Anohito.

Antes que nada, no soy experta en psicología, pero mi instinto y experiencia en la vida me dicen que si Terry hubiera sido la persona que escuchó a Candy sobre ésta peligrosa aventura, no habría podido soltar una carcajada. ¿Por qué? Ya que se supone que era la primera vez que Terry escuchaba la historia, es altamente probable que hubiera sido golpeado por un ataque de consciencia o una punzada de culpabilidad, por haber puesto a su amada Candy en una alarmante situación en aquel entonces.

Generalmente, una persona que se siente culpable va a actuar a la defensiva, va a criticar, ¡o incluso se enojará! A veces él o ella pueden culpar al interlocutor. Por ejemplo, en este caso, Terry podría culpar a Candy por actuar demasiado imprudente sin tomar en cuenta las terribles consecuencias.

Piensen en esto, si Terry no se hubiera marchado de Londres tan apresuradamente o si hubiera habido el menor indicio en su breve nota a Candy de que él la contactaría tan pronto como se hubiera instalado, tal vez ella se habría quedado en Londres, esperando a que él le enviara noticias. De hecho, ¿han escuchado esta frase? “Aquellos que intentan triunfarán”. Había muchas formas por las que Terry de alguna manera pudo haberse puesto en contacto con Candy, como escribiéndole a Stear o a Archie usando un sobrenombre. Esas personas que piensan que el personal del San Pablo abría cada una de las cartas para leerlas, es una inverosímil excusa para mí.

Además, si efectivamente Terry sabía sobre las medidas extremas que Candy tomaría para cruzar el Océano Atlántico, principalmente debido a él, ¿no se habría sentido un poco mal por su abrupta partida? ¿Cómo si hubiera discutido con ella su plan a futuro antes de irse para que ella pudiera estar tranquila? ¿Tal vez él podría haberse disculpado por ser desconsiderado respecto a lo que ella sentía?

Sin embargo, Anohito sostuvo a Candy fuertemente entre sus brazos, aliviado de que nada malo le había pasado cuando cruzó el océano como polizón. No hubo palabras de crítica, no hubo culpa, y ni una disculpa. Tiene más sentido que Anohito no era el hombre a quien ella persiguió a ciegas en aquel entonces.

En cualquier caso, éste es mi granito de arena. Para su interés, por favor lean estas publicaciones, “Su felicidad” y “Más que palabras (Parte 2)”.

Si quieren saber más acerca de culpa e ira, por favor siéntase en la libertad de contactarme.

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