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¡Muchas gracias por traducir, mi querida amiga QuevivaCandy! ❤ ❤ ❤ ❤
-Ms Puddle
Capítulo 9 (Parte 2)
Más de un mes había transcurrido desde que Candy había vuelto de Miami. Había recibido un telegrama de Albert al día siguiente de su partida, contándole que George había contraído un resfriado común y que merecía un descanso. Como resultado Albert trabajaría estrechamente con varios de sus subalternos, y aun así había prometido escribirle lo más pronto posible.
Sin embargo, sin esperar a su carta, Candy le había escrito unos cuantos días después, pidiéndole la dirección postal de George y le contó los detalles de su vida diaria, tanto en la clínica como en el orfanato. Casi al final, ella había escrito,
‘…el Dr. Martin dice que la próxima vez realmente tienes que reservar algo de tiempo para él. Te envía sus más sinceros saludos…
Espero verte pronto,
Candy’
Ella se había debatido sí contarle acerca de sus sentimientos, pero había optado por no hacerlo. Preferiría hacerlo cuando volviera a verlo en persona.
Sin embargo, por una razón desconocida, desde entonces Candy no había sabido de Albert, ni siquiera una palabra. Había sido un largo invierno, con heladas y vendavales, y lo había extrañado muchísimo, revisando el buzón todos los días con expectación. Después de sentirse desilusionada muchas veces, había empezado a dudar sobre sus propias palabras a la Señorita Pony y a la Hermana María respecto a Albert, después de despedirlo en la estación de tren, “Creo firmemente… que como yo, Albert ha estado reprimiendo sus emociones… luchando con sus sentimientos por mí…”
En ese entonces, para su gran asombro, ni la Señorita Pony ni la Hermana María habían intentado hablar con ella para que pensara lo contrario. Candy se preparó para responder el sermón de sus madres de crianza, pero la Hermana María, con lágrimas en los ojos, le había prometido apoyar su decisión. De manera similar, la Señorita Pony se había enjugado los ojos detrás de sus lentes, asintiendo con comprensión.
Hoy, Candy finalmente recibió una carta dirigida a ella, pero era de Archie, no de Albert. En la carta, Archie le contaba sobre cómo lo estaba llevando en Massachusetts como estudiante.
‘… ¿Entonces, como estás Candy? ¿Espero que en el viaje a Miami te haya ido bien? Para mí, el solo imaginar viajar tan lejos hace que me dé dolor de cabeza… Escuché que la reconstrucción empezaría esta primavera…‘
Luego Archie le contó a Candy sobre Annie y Patty. Él probablemente no estaba al tanto de que Candy también había seguido en contacto con sus amigas, por lo que un par de días después, le escribió su respuesta después de acostar a los chicos en la cama,
‘Querido Archie,
¿Ya te has acostumbrado a tu nueva vida allá?…
…
La guerra finalmente terminó, pero el mundo aún está en caos. No podemos deshacernos de la intranquilidad, ¡pero tenemos que seguir adelante!…
…
Albert y el Tío Abuelo William.
Algunas veces todavía me pregunto si ellos son la misma persona.
Archie, en ese entonces, tú estabas demasiado estupefacto como para hablar, con tus ojos abiertos de par en par, ¡solamente señalando a Albert!
¡Me refiero al instante en que te enteraste de que Albert era en realidad el Tío Abuelo William!
¡La expresión de tu cara en ese preciso momento! Archie, después de eso, ¿recuerdas cuantas veces te lo volviste a preguntar? ¡Nueve veces! Incluyendo tu silencioso monólogo…
…
Como jefe de la familia Ardlay, Albert ahora parece estar muy ocupado.
Tan ocupado que no tiene mucho tiempo para hablar conmigo…
…
Patty… ¡dice que quiere ser maestra después de graduarse de la Universidad de Chicago!
…
Ahora el Hogar de Pony está siendo ampliado y modificado.
El Sr. Cartwright, el dueño de la tierra, nos la ha vendido a un precio favorable. ¡La Señorita Pony y la Hermana María están en sobremanera contentas de poder criar a los niños tranquilamente de ahora en adelante!
Gracias al Tío Abuelo William…
…’
Cuando Candy leyó lo que había escrito, estaba un poco avergonzada de haber hablado mucho sobre Albert, como si sus pensamientos estuvieran ocupados por completo de él, lo que era cierto. Se preguntó si Archie lo encontraría extraño del todo y, sin embargo, siendo el más sensitivo de ellos, ya debería haber percibido la profunda amistad de ella con Albert durante todos estos años. De hecho, ni uno de sus amigos nunca había sospechado ni una vez, la idea de que el Tío Abuelo William no fuera un hombre muy entrado en años. Por lo tanto, Candy suponía que Archie podía imaginar la magnitud de su impresión al descubrir el nombre completo de Albert.
Más de una semana después, Candy recibió una vez más otra carta, y esta vez era finalmente de Albert. La Hermana María se la dio después de la cena, y la Señorita Pony le sugirió amablemente, “Candy, ve y léela en la oficina.”
Candy normalmente ayudaba a limpiar los platos y los lavaba con los chicos mayores, pero ella comprendió que esa noche estaba excusada de sus tareas domésticas. Por lo tanto, le agradeció a sus madres de crianza e inmediatamente se retiró a la oficina. Estando completamente a solas, desdobló la carta con prisa.
Albert en su carta se disculpaba por no haberle escrito antes. Debido a algunos imprevistos pero urgentes asuntos y a la indescriptible y tremenda carga de trabajo, no había tenido mucho tiempo para descansar desde que había regresado. Además, la carta que ella anteriormente le escribió se había traspapelado, por lo que él no supo de su existencia hasta principios de marzo.
‘…
George hace tiempo que se recuperó…
…
Te estoy escribiendo desde Boston, Massachusetts. George y yo acabamos de cenar con Archie. Él dijo que te iba a escribir de vuelta…
…
Posiblemente regresemos mañana a Chicago y con suerte nos quedaremos ahí menos de dos semanas antes de embarcarnos en otro viaje para un nuevo posible negocio. Si es necesario, es posible que pasemos el fin de semana de Semana Santa [1] ahí… lo creas o no, finalmente estoy acostumbrándome a sobrellevar el estrés. Las cosas también han estado muy controladas durante este viaje de negocios, así que he estado durmiendo profundamente los últimos días…
…
Aquí está la dirección postal de George… Él sabe que te conté mucho sobre su pasado, y mi compensación hacia él es cocinarle una cena gourmet. Solo estoy bromeando, Candy. George simplemente lo ignoró. Sin embargo, Candy, por favor mantén esto solo para ti. Hazlo por mí, ¿de acuerdo?
…
Candy, veré si puede pasar a verte. Todo depende de cómo marchen las cosas.
Cuídate y por favor dales mis saludos a la Señorita Pony, a la Hermana María y a los chicos,
Albert’
Cuando Candy termino de leer esto, soltó un largo suspiro de alivio. Albert no se había olvidado de ella, pero ella podía ver que él estaba sumamente ocupado con el trabajo, teniendo importantes fechas de entrega casi cada dos semanas. Al menos había estado durmiendo mejor, y ella encontró consuelo en saber que él planeaba visitarla a pesar de su ajetreada agenda.
Ella decidió, cuando él venga… Le diré lo que siento por él… a menos que… a menos que…
Volvió a leer su carta, y no había rastro de romanticismo en su escritura. Así que, el mismo pensamiento sombrío la golpeó otra vez, que lo había malinterpretadosemanas atrás cuando él la había halado entre sus brazos después de que le contó su aventura como polizón. A pesar de que ella se esforzó por retener la persistente duda en lo recóndito de su mente, su intuición acerca de los sentimientos de él hacia ella se había vuelto cuestionable.
A manera de distraerse, Candy bostezó en voz alta y estiró los brazos por encima de su cabeza. Luego, se sentó frente al escritorio y encontró la carta que le había escrito semanas atrás a George. Una apropiada carta de agradecimiento estaba pendiente desde hace mucho tiempo, y cuando anotó la dirección en el sobre, creyó que él comprendería lo que ella le había querido decir mientras que había estado enfermo. En ese momento, cerró los ojos y contempló sus propias palabras en esa larga carta; sus dudas de alguna manera se habían disipado después de eso. Como Albert había dicho con anterioridad, George lo conocía mejor que nadie en el mundo. En aquel entonces, sin el deliberado acto de desobediencia de George, ella habría perdido a Albert para siempre.
Candy estaba tan absorta en sus pensamientos que la voz de la Señorita Pony la hizo saltar, “¿Ya escribiendo una respuesta, querida?”
La joven se dio la vuelta rápidamente, incapaz de creer por qué no había escuchado a la Señorita Pony llegar. Sin advertencia, las lágrimas desbordaron sus ojos color esmeralda. No, ella aún no le había escrito a Albert, no esa noche. Como si la Señorita Pony pudiera ver a través de sus pensamientos, le abrió los brazos y la sostuvo contra su pecho. Muy en contra de su deseo de no preocupar a sus madres de crianza, Candy ya no pudo evitar reprimir sus sentimientos. Derramó su corazón, y la Señorita Pony se mantuvo asintiendo.
Candy se sintió consolada aunque deseaba que fuera Albert quien la estuviera sosteniendo entre sus brazos, dándole el amor y la seguridad que ella ansiaba. Pero lo que la Señorita Pony dijo a continuación la consoló en gran manera, “Nunca sabemos lo que se encuentra justo a la vuelta de la esquina. ¿Quién puede predecir lo que nos espera cuando la doblemos? Puede ser algo maravilloso o devastador, algo trivial o que nos cambie la vida.”
Entonces suavemente apartó a Candy y la vio por encima del borde de sus lentes, preguntándole, “¿Alguna vez te has arrepentido de haber conocido a Albert?”
Candy no pudo responder más rápido y fuerte, negando firmemente con la cabeza, “¡No, en absoluto!”
La Señorita Pony raramente se dirigía a él usando su segundo nombre, así que Candy comprendió que su madre se refería a su primer encuentro con el hombre en la cascada, no a su tutor legal. Como Candy le había escrito a Archie, para ella aún hoy en día ellos eran como si fueran dos personas distintas. No importaba lo que había sucedido hasta ahora, ella solamente estaba contenta por haber conocido a Albert el vagabundo. A pesar de su aterrador aspecto y de la diferencia de edad, por alguna extraña razón ellos se entendieron instantáneamente en aquel entonces, como si alguien los hubiera unido con un vínculo invisible. Ahora que Candy pensaba en retrospectiva, sus hermosos ojos azules siempre estaban llenos de bondad, y sus palabras podían llenarle el corazón de calidez y la tranquilidad de que todo iba a salir bien. Por lo tanto, la sola idea de perder a Albert la aterrorizaba.
Mientras Candy se relajaba en el abrazo de su madre, comenzó a relatarle a la Señorita Pony lo que su corazón le había estado diciendo últimamente para alejar los pensamientos negativos. “No puedo deshacerme de la impresión de que hay un hilo invisible que nos sujeta a Albert y a mí juntos. No importa lo alejados que hubiéramos estado en el pasado, llegaríamos a toparnos el uno con el otro en algún momento, en Londres o en Chicago. Cada vez más me ha estado pareciendo que hay un significado para todas estas cosas.”
Su madre de crianza suspiró, con el alivio recorriéndola. “Opino exactamente lo mismo, cielo.”
La Señorita Pony había notado el palpable cambio en el humor de Candy durante esos días. Se había vuelto reservada y prefería la soledad arriba, en la Colina de Pony. La Señorita Pony oraba que Dios abriera los ojos de Candy y le diera la paciencia y serenidad que necesitaba hasta que Albert estuviera listo para confesarse.
=o=o=o=
“Miller, ¿por qué aún no ha bajado William para desayunar?” Madam Elroy le preguntó al mayordomo, bajando sus cubiertos abruptamente, como si se diera cuenta de que no debería estar comiendo ahí sola.
“Madam Elroy,” el mayordomo respondió en tono respetuoso. “El Señor William ya salió, y dijo que no regresaría hasta más tarde por la noche.”
Al escuchar eso, las cejas grises de la mujer se fruncieron y unieron en un ceño de desconcierto. “¿Sabes a dónde ha ido? ¿No regresó tarde anoche de una recepción social?”
“Así es, Madam Elroy, pero lamento informarle que desconozco en donde se encuentra el Señor William,” respondió el mayordomo, bajando la cabeza ligeramente.
“¡Por el amor de Dios, hoy es domingo!” se quejó en tono molesto, su pecho subía y bajaba. El mayordomo no dijo nada pero bajó aún más la cabeza. Fue entonces que la matriarca suspiró y le pidió que contactara a George por teléfono, así que rápidamente se inclinó, diciendo, “Con su permiso.”
Madam Elroy, cediendo a su mal humor, últimamente no tenía mucho apetito, estando sola la mayor parte del tiempo, rodeada de criadas y sirvientes. La mansión había estado extrañamente silenciosa desde que Archive se había ido el año pasado a continuar con sus estudios en Massachusetts. Los padres de este habían regresado a atender sus negocios en el extranjero, su prometida había vuelto con sus padres, y la joven tímida con el par de lentes hace tiempo se había mudado a vivir a la residencia universitaria.
Además de eso, no importaba cuanto la matriarca quisiera negarlo, su salud se iba deteriorando gradualmente. Debido a que su condición tenía altibajos, se había estado sintiendo sola y débil. Comprendió que su querido sobrino había estado ocupado en los negocios desde que regresó de Miami, habiéndose ido ya a varios viajes cortos de negocios. Sin embargo, incluso ahora que George se había recuperado, William raramente se encontraba cerca para hacerle compañía, ya sea teniendo cenas con sus socios o atendiendo recepciones sociales con propósitos comerciales. Estaba tan ocupado que posiblemente tendría que pasar Semana Santa en la costa este, lejos de casa.
Por un lado, Madam Elroy estaba aliviada de que William se haya probado a sí mismo ser capaz y digno de ser un Ardlay al igual que su difunto padre, cumpliendo con sus responsabilidades como jefe de la familia. Por otro lado, le gustaría estar personalmente en contacto con él, no a través de su asistente o del mayordomo. Ella en realidad olvidaba cuando fue la última vez que habían cenado juntos, ahí, en ese comedor.
Su mucama personal llegó en ese momento para verificar si Madam Elroy había terminado de desayunar. De ser así, la mucama supuestamente debía llevar de regreso a la anciana a su habitación. Sin embargo, el plato frente a Madam Elroy estaba terminado hasta la mitad, y parecía como si ella hace rato hubiera dejado de tocarlo.
“Madam, ¿está lista para regresar a su habitación?” se aventuró a preguntar la mucama en voz baja.
“Espera,” dijo la anciana de manera pensativa, mirando a través del conjunto de grandes puertas de cristal y ventanas, las cuales daban al extenso y bien cuidado jardín.
En ese momento, el mayordomo regresó para informarle, “Madam Elroy, según el ama de llaves de George, él también se fue temprano esta mañana y no regresará a casa hasta más tarde por la noche. Ella tampoco tiene idea como comunicarse con él.”
La anciana tenía el presentimiento de que William y George estaban juntos, yendo hacia alguna aventura. Por tanto, despidió al mayordomo sin apartar la vista de la ventana. Cuando este se fue, ordenó, “Marge, prepara mi silla de ruedas. Hoy hace un día agradable.”
Por tanto la mucama envolvió un chal de lana alrededor de los hombros de la anciana y le puso uno de sus sombreros favoritos antes de llevarla afuera. Madam Elroy se relajó cuando la mucama estaba empujando su silla de ruedas por del jardín. El Dr. Leonard tenía razón. Debería salir más a tomar aire fresco y disfrutar de la calidez del sol, ahora que la primavera había llegado. Estaba soleado y ligeramente ventoso; el aire estaba lleno del canto de los pájaros, y la fragancia de las flores flotaba sobre la brisa. Madam Elroy no pudo evitar respirar profundamente, y dejó escapar un largo suspiro, una pizca de satisfacción suavizó su habitualmente impasible rostro.
Sin embargo, su estado de ánimo se estropeó cuando observó a algunos trabajadores trasladando algunos muebles de madera, sillas y una pequeña mesa de café, hacia la mansión. Algunos estaban llevando varias partes de lo que parecía ser una cama con dosel, e ingresaban por la puerta lateral que conducía a los cuartos de servicio.
“¿Quién ha ordenado muebles nuevos?” murmuró la matriarca entre dientes, aparentemente disgustada. Tenía el presentimiento de que William debía saber sobre esto pero no quería que ella se enterara.
Marge vaciló, insegura de cómo responder. Meses atrás, el Señor William, le había ordenado a la servidumbre retirar los muebles existentes de una de las grandes habitaciones con vista panorámica hacia el lago, la cual estaba ubicada cerca de su recámara principal pero lejos de la habitación de Madam Elroy. Luego, el Señor William les había especificado concretamente a todos los sirvientes no ingresar a esa habitación hasta nuevas órdenes. Los rumores decían que él se encargaría de renovar y re-amueblar esa habitación para la Señorita Candice, quien, a pesar de haber sido adoptada en la familia, únicamente se había quedado en la habitación de huéspedes cada vez que había ido a Chicago.
Lo siguiente que Marge supo, fue que Madam Elroy había arrebatado el bastón que estaba a un lado de la silla de ruedas y prácticamente había arremetido hacia los de la mudanza tomando un atajo – el camino de grava no era lo suficientemente liso para una silla de ruedas.
Marge se apresuró a ir al lado de Madam Elroy para ayudarla. La anciana odiaba parecer una inválida pero últimamente necesitaba el bastón para caminar largas distancias. El dolor hasta el momento era insoportable, pero con una inexplicable ira creciendo en su interior, logró caminar con un paso constante, apoyando la mayor parte de su peso sobre el bastón.
Pero antes de que la anciana llegara a su destino, Miller el mayordomo se acercó a ella dando pasos rápidos, jadeando como si estuviera corriendo sin aliento. “Madam Elroy, he estado buscándola. Acabamos de recibir un telegrama de la oficina de Londres. Requiere la inmediata atención de Sir William, ¿así que qué cree que debamos hacer?”