Relación Peculiar Capítulo 6 (Parte 2)
¡Muchas gracias, mi querida amiga QuevivaCandy! ❤ ❤ ¡Gracias por su paciencia! ❤ ❤
-Ms Puddle
Capítulo 6 (Parte 2)
Al final del plato principal, cuando el champagne había sido distribuido a los invitados, Sir William se acercó al micrófono e hizo un brindis. Cuando todos los ojos estaban sobre él, él parecía bastante intrépido, si no es que completamente relajado. Sosteniendo su copa a la altura de la cintura, había memorizado su discurso sin necesidad de nota alguna. Su seguridad y sentido del humor atrajo a las personas hacia él, y fue capaz de hacerlos reír. Candy lo escuchó atentamente con genuina admiración. Nunca había visto esta faceta de él, y como líder de un enorme imperio empresarial, debía estar acostumbrado a hablarle a una gran audiencia. Después de dar un elocuente y cautivante discurso, el carismático patriarca de la familia levantó su copa a la altura de sus ojos en dirección a la familia Leagan. “¡Levantemos nuestras copas hacia el Sr. Raymond Leagan y su esposa, la Sra. Sarah Leagan!”
Después de tomar un sorbo de su champagne, el Sr. Leagan sostuvo los brazos en alto en una pose de victoria. Luego respondió dándoles a todos sinceramente las gracias por haber llegado y compartir su inmensa alegría, particularmente a aquellos quienes habían viajado grandes distancias, lo que le valió otra ronda de aplausos.
Los McPherson se sentaron solo a dos mesas de distancia. A pesar de sí mismo, Darren difícilmente podía despegar los ojos de los redondos y lustrosos ojos de la joven sobre quien la gente había estado murmurando sigilosamente. Al parecer, él no era el único que sabía sobre la inusual relación de la joven con su tutor legal. Antes de la cena, sucedió que Darren había escuchado a escondidas a alguien diciéndole a otra persona que la Señorita Candice era una mujer sumamente encantadora, y que Sir William era un hombre alto y viril, de apuestas facciones. ¿Cómo podían resistirse el uno al otro? Entonces una tercera persona se había metido en la conversación, diciendo que los dos habían vivido juntos por años. Habían sonado como si ellos dos habían cohabitado, lo cual era extremadamente impropio e inaceptable. Entonces Darren había fruncido el ceño con desconcierto, rascándose la cabeza, ¿No se supone que la chica debía vivir con la familia que la adoptó?
Mientras tanto, la Señorita Candice, con sus delicadas facciones enmarcadas por su lustroso cabello rubio que se desplegaba a lo largo de sus hombros, parecía incluso mucho más femenina y accesible para Darren, pero había algo más que era diferente en ella. No estaba totalmente seguro, sin embargo podía decir que por el momento se encontraba de mejor humor, como si una oscura nube hubiera sido quitada de su corazón.
Después de que los postres fueron servidos, el Sr. y la Sra. Leagan fueron juntos al escenario para sacar el ganador del premio con el número de entrada. Cuando el hombre del número ganador dejó su mesa para recibir el generoso regalo de quedarse sin costo en la lujosa suite de este nuevo complejo por una semana, el Sr. Leagan lo felicitó y además anunció que el baile se reanudaría en breve para aquellos que estaban interesados en estirar las piernas.
Darren no perdió ni un minuto y se abrió paso hacia la mesa de los anfitriones. Quería volver a invitar a bailar con la Señorita Candice a manera de poder hablar con ella, haciéndole saber que era sincero en cortejarla a pesar de su pasado, y que estar enamorada de su padre adoptivo solamente la haría sufrir, ya que eso no la llevaría a ninguna parte.
Sin embargo, la manera en que Darren mantuvo la mirada fija sobre Candy no escapó a los de Eliza. Esta perdió su temple y se levantó de la silla tan repentinamente que sin darse cuenta haló una parte del mantel con ella. Las copas de vino pronto sonaron unas contra las otras y el vino se derramó a través del blanco lino así como en el pecho de Candy, lo que provocó un audible jadeo por parte de ella y de las personas a su alrededor. Rápidamente se examinó y se dio cuenta que el vino tinto había manchado las crecientes curvas de su pecho además de la parte superior de su corpiño. Se sonrojó profusamente, sintiéndose expuesta, y solo cuando sus manos volaron instintivamente hacia su corpiño, Albert le dio su servilleta para que se cubriera. Al mismo tiempo, él le lanzó una fulminante mirada acusadora a Eliza, quien estaba parpadeando con incredulidad y cubriéndose la boca con una mano en estado de shock. Neil rápidamente defendió a su hermana, “¡Tío Abuelo William, Eliza no lo hizo a propósito!”
Para entonces Sarah había llegado a la escena, cuestionando con voz trémula, “Neil, ¿Qué sucedió?” preguntó aunque ya lo había adivinado al simplemente ver el desastre.
Cuando Neil le relató a su madre que Eliza accidentalmente había derribado las copas sobre la mesa, varios sirvientes uniformados estaban ocupados limpiando. Raymond también había regresado y escuchó la desagradable consecuencia de la acción de su hija.
En medio de la conmoción, cuando la atención de todos estaba centrada sobre Eliza, Darren se quitó la chaqueta de su traje gris oscuro, dirigiéndose directamente hacia Candy, pero Albert se puso de pie y lo detuvo justo a tiempo, “¡Espere! ¿Qué está haciendo?”
Entonces Darren le explicó, “Solo quiero ayudar. Me temo que la Señorita Candice tiene frío y se siente incómoda.”
La sincera súplica en los ojos de Darren dejó a Albert sin palabras. Reconoció el rostro del joven pero había olvidado su nombre. De hecho, diferentes personas reaccionaron al comportamiento de Darren de diferentes maneras. A Candy la tomó desprevenida, y sintió el rostro incluso más caliente. Neil simpatizó con Darren, sabiendo muy bien que la esperanza de su hermana de obtener a Darren ahora se había arruinado. Eliza, quien aún no había dado ninguna respuesta verbal, estaba hirviendo con resentimiento. Lágrimas de celos y mortificación se estaban formando en sus ojos marrones cuando calculó que Darren indudablemente se había convertido en otra víctima de los hechizos de Candy. Sarah leyó a Darren como si fuera un libro, así que se preocupó por los sentimientos de su hija.
Albert fue quien rompió el incómodo silencio que había llenado el aire. Con una arrepentida sonrisa en el rostro, le dijo a Darren, “Tiene razón. ¿Por qué no pensé en eso?”
Cuando el adinerado hombre se quitó la chaqueta de su esmoquin y la puso alrededor de la parte frontal de Candy, le ofreció la mano para ayudarla a levantarse. Sin demora, le murmuró algo al Sr. Leagan, quien le respondió en voz alta, tratando que los espectadores también lo escucharan, “Por supuesto, Sir William. Por favor haga como usted mejor crea conveniente.”
Entonces el anfitrión se volvió hacia la joven al lado del patriarca, “Candice, en nombre de Eliza, te pido disculpas.”
Finalmente, Candy obtuvo una disculpa por parte de ellos, y mientras le asentía al Sr. Leagan, Sarah le dio un codazo a Eliza. La enfurruñada muchacha ejerció todo su esfuerzo para reprimir su rencor y refunfuñó, “Fue un accidente, Candy.”
Candice mostró una tensa sonrisa. “Comprendo.” Su actual condición era demasiado embarazosa, y si fuera posible, Candy realmente quería irse con Albert. Dedujo que él había intentado hacer eso, así que se le estaba acabando la paciencia.
Pero Raymond estaba molesto porque Eliza obviamente estaba muy lejos de sentirse arrepentida, y esas personas que se estaban reuniendo alrededor de ellos, tarde o temprano descubrirían que su hija no se había disculpado sinceramente aunque hubiera sido un accidente. En esa ocasión de felicidad, Raymond no quería que ninguno de sus invitados recordara a Eliza como a una niña malcriada.
Justo cuando Eliza pensó que podría salirse con la suya, su padre le exigió con voz severa, “Eliza, sabes que eso no es suficiente.”
Su adorado padre inesperadamente estaba siendo implacable en esta ocasión, lo que desestabilizó a Eliza. Sintió como si la hubiera abofeteado, insultándola frente a todos esos entrometidos ojos. ¿Cómo pudo mi padre presionarme a que le pida disculpas a la insignificante huérfana frente a los invitados?
Entonces las lágrimas le escocieron los ojos y sus labios temblaron. Obstinadamente se mordió el labio inferior, luchando contra las lágrimas. Pensando que ya había tenido suficiente humillación esa noche, salió hecha una fiera de entre la multitud, dejando a todos espantados por su insolente comportamiento. Sin embargo, Neil logró detener a su hermana de seguir avanzando, murmurándole algo entre dientes. Sarah y Raymond intercambiaron una fugaz mirada antes de que Sarah colocara un brazo alrededor de Eliza, llevándosela lejos para calmarla.
Como si muchos ojos criticones le estuvieran apuñalando la espalda, Sarah fácilmente podía imaginarse como los espectadores estaban comparando en ese momento a las dos jóvenes. Se sintió triste y derrotada, su corazón henchido por su orgullo herido. Eliza podría ser superior a la huérfana en nacimiento o crianza, pero incluso ella misma no podía negar que hace un momento Candice había eclipsado a Eliza con su actitud y temperamento.
Cuando los invitados estaban desconcertados por este repentino giro en los acontecimientos, Sir William colocó su mano debajo del codo de Candy y declaró, “Por favor perdónennos por retirarnos temprano. Como pueden ver, Candice necesita descansar un poco.”
No obteniendo ninguna respuesta en particular de los invitados alrededor de ellos a excepción de unos cuantos inaudibles murmullos, el Sr. Leagan habló en voz alta, “Sir William, una vez más, le agradezco por viajar tan lejos para venir a celebrar con nosotros. Lo mismo para ti, Candice, y por favor cuídate y espero verte en un futuro próximo.”
Cuando ambos le agradecieron al Sr. Leagan por la hospitalidad, Darren sorpresivamente aprovechó la oportunidad para hacer una atrevida solicitud, “Sir William, por favor concédame el privilegio de echarle una mano.”
Con sentimientos encontrados, Candy le lanzó a Darren una sonrisa de agradecimiento. Ella de hecho se sentía mal por este bien parecido y sincero joven, pero su corazón no tenía espacio para nadie más, especialmente no después de lo que había ocurrido previamente esa noche entre ella y el hombre más importante de su vida. Nadie la entendía como Albert lo hacía, y a estas alturas, simplemente no podía verse en una estrecha relación con otro hombre. Quizás esa era la razón de porqué ella había estado postergando ir a trabajar a un pueblo o a un hospital diferente para conocer a otros jóvenes.
Mientras tanto, Albert quería decir que no. Sin embargo, el embarazoso estado de Candy había disminuido su normalmente aguda y analítica mente para manejar situaciones difíciles. Frunciendo el ceño en un esfuerzo por surgir con un válido motivo para rechazar al joven con tacto, George llegó a su rescate, “Sr. Darren McPherson, su padre desea hablarle.”
Darren instantáneamente miró por encima de su hombro. Su padre estaba de pie a unos doce pasos de distancia, mirándolo fijamente con las cejas firmemente fruncidas en señal de desaprobación. Entonces el joven sintió una pesada mano caer sobre su hombro desde atrás, y la autoritaria voz de Sir William le siguió, “Sr. McPherson, le agradezco su ofrecimiento. En realidad Candy y yo nos hospedamos en otro hotel, así que no necesita preocuparse. Veré que Candice sea bien atendida. Gracias por toda su amabilidad.”
Para Darren, Sir William fundamentalmente había dicho que se estaba preocupando demasiado por la Señorita Candice. Cuando volvió la cabeza, sintió como si el millonario se elevara por encima de él. Aunque la voz y el comportamiento de Sir William eran amables, no obstante era un hombre con una imponente figura. Es más, el alto hombre tenía colocado su brazo de manera protectora alrededor del hombro de la Señorita Candice como si abiertamente declarara que ella no era su asunto.
Cuando Darren miró boquiabierto el apuesto rostro de Sir William, también percibió que la jugada de Sir William fue una medida preventiva para negarle cualquier oportunidad de volver a acercarse a la Señorita Candice. En ese momento, el millonario añadió, siendo su firme semblante reemplazado por uno más alegre, “Por favor continúe disfrutando de la velada, Sr. McPherson.”
George interrumpió a su joven jefe cuando iba de salida y le dijo algo al oído. El joven jefe asintió y le dio las gracias a su asistente. Más tarde, Candy le preguntó a Albert que le había dicho George, Albert respondió, “George me dijo que el Sr. Leagan le había presentado en la fiesta a algunos socios comerciales, y quería quedarse y familiarizarse con ellos.”
Poco después que Sir William y su hija adoptiva se fueran, la familia de Darren también decidió dar por terminada la noche. El Sr. McPherson no le había dicho ni una severa palabra a su abatido hijo, sabiendo que el joven estaba reticente a dejar de buscar a la Señorita Candice, pero el Sr. McPherson no sabía que su hijo silenciosamente estaba formulando un plan en su mente.
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Tanto Albert como Candy estaban más callados de lo habitual durante el trayecto en carruaje de regreso al hotel. Estaban absortos en sus pensamientos después de la velada llena de acontecimientos. Candy tristemente se recordaba que no volvería a ver a Albert, no hasta que él llegara de visita al Hogar de Pony en un futuro próximo. Él y George tenían que atender algunos negocios el día siguiente, y se suponía que ella se marcharía de Miami por la tarde, tomando el tren hacia Nueva York con la Sra. Watts, su compañera de viaje.
Por el momento, Albert se cuestionaba sus propios motivos y se arrepentía por actuar demasiado dominante, si no es que egoísta, allá en el salón del banquete; había rechazado rotundamente a Darren sin siquiera preguntarle a Candy su opinión. ¿Qué me sucedió? ¿Qué me hizo suponer que ella no quería que Darren viniera? ¿Estaba inconscientemente temeroso de que ella aceptaría su ayuda?
En cualquier caso, las acciones de Darren le dieron a Albert una llamada de atención. Candy era innegablemente atractiva y estaba en edad casadera, y mientras más Albert reflexionaba sobre este asunto, más sentía que no era justificable para él, un amigo de Candy desde hace mucho tiempo, entorpecer los avances de sus pretendientes. Esto golpeó duro a Albert que él, incluso como su supuesto padre adoptivo, no tenía derecho a tomar unilateralmente por ella la decisión respecto a escoger de quien enamorarse. Por otro lado, la visión de caminar con ella por el pasillo como su tutor para entregarla a un joven para casarse, le desgarró el corazón. Honestamente, no podía simplemente sentarse en silencio al lado de Candy y verla enamorarse de otro hombre.
Pero debido a que él jugaba un intrínseco papel en su vida, tenía que ser cauteloso y tomar las cosas con calma. No deseando perderla como su íntima amiga, debía meditar con seriedad como actuar bajo el conocimiento de lo que había emergido en su interior, y tenía que descubrir si lo que sospechaba era cierto, que el afecto que ella sentía por él ya no era fraternal.
Con certeza no se permitiría perder más tiempo, mirando desde la distancia. Sin importar que, le haría saber sus verdaderos sentimientos y le ofrecería su amor. Si ella lo rechazaba, que así fuera. Ella valía el riesgo, o de otra manera no sería capaz de perdonarse a sí mismo por el resto de su vida.
Sin embargo, ¿Cuándo y dónde podían hablar en privado? ¿Cómo debería proceder a partir de este momento? ¿Qué acerca de la confesión que estaba considerando hacerle en su cumpleaños?
Luchando con estos conflictivos sentimientos, Albert no se dio cuenta que el carruaje se estaba deteniendo. Después de pagarle al conductor, saltó hacia fuera y ayudó a Candy a descender. Mientras ingresaban por la puerta principal, algunas personas, quienes estaban deambulando por el gran vestíbulo, habían cesado sus movimientos para mirar a la encantadora joven. La manera en que ella llevaba puesta la enorme chaqueta del esmoquin en la parte superior de su vestido de noche, la hacía verse rara cuando menos.
Mientras Albert y Candy empezaban su lenta caminata hacia la habitación de ella, él ladeó la cabeza y miró rápidamente a su acompañante; una divertida sonrisa tiró las comisuras de su boca. Ella se percató de eso y se rió entre dientes, “¿Qué?”
“Te ves divertida llevando puesta mi chaqueta, ¿Sabías?” le preguntó, su sonrisa se estaba tornando traviesa.
Ella le dirigió una fingida mirada asesina y refunfuñó, “No tienes por qué caminar a mi lado, Albert.”
Él se rió. Ambos sabían que ella no tenía opción. El chal de seda que venía con su vestido podía usarlo encima de los hombros, pero era casi transparente y por lo tanto no lo suficientemente grueso para cubrir las manchas del vino.
Entonces Albert dejó de reírse, y su expresión se transformó en una seria. Cuando ella se encontró con su mirada, él se aventuró lanzándole una pregunta para medir su interés, “¿Te gustaría que te haga compañía de vuelta al Hogar de Pony?”
Esa en verdad era una placentera sorpresa para ella, y no pudo evitar darle una resonante respuesta, “¡Por supuesto que me gustaría!”
La genuina emoción que sus ojos destellaban ciertamente lo había alentado, así que pronunció, con el rostro rompiéndose en una sonrisa, “George revisará mi agenda, y mañana por la mañana te confirmaré, ¿De acuerdo?”
Ella preguntó con entusiasmo, “Claro, ¿Más o menos a qué hora?” el hecho que él ya le hubiera hablado a George hizo que se sintiera aún más eufórica.
En esos momentos habían llegado al piso de ella, y mientras continuaban avanzando tranquilamente, él sugirió, “¿Qué tal si desayunamos juntos?”
Ella aceptó su invitación con puro deleite. Luego le preguntó cuándo necesitaba su chaqueta de vuelta. “Quédatela por ahora, Candy. Puedes devolvérmela mañana por la mañana.”
Ella asintió con una tímida sonrisa. En realidad quería conservar su chaqueta el mayor tiempo posible. Por el rabillo del ojo, él buscó en su rostro cualquier pista de porqué repentinamente parecía tímida, pero no encontró ninguna. No obstante, detuvieron sus pasos frente a la puerta de la suite, y él colocó las manos sobre los hombros de la joven y pronunció con tono pesaroso, “Es una lástima que ni siquiera tuve oportunidad de bailar contigo en la fiesta.”
Entonces le contó que había querido pedirle que bailaran después de la cena. Sus sinceras palabras la halagaron. Sentía como si estuviera flotando en una nube, y la necesidad de consolarlo y consolarse explotó en su interior. Por consiguiente, soltó un fingido suspiro de resignación. “Albert, mis pobres pies no pueden soportar más bailes esta noche.”
Ella sonrió con afectación después de esto, y una carcajada se escapó de los labios de él. Negando con la cabeza, él dijo con una risita, “Candy, nunca fallas en hacerme reír.”
Sin embargo, él trató de espolear a su cerebro para que procesara esas palabras. ¿Le estaba diciendo la verdad? ¿O estaba tratando de hacerlo sentir mejor? De cualquier forma, asumió que su empapada ropa adhiriéndose a su piel debía hacerla sentir incómoda, así que debería dejarla entrar para poder cambiarse. Por consiguiente, se inclinó hacia delante y le plantó un beso en la frente, pero no retrocedió enseguida como siempre lo había hecho en el pasado. En lugar de eso, sus ojos se entretuvieron en el rostro de ella por unos segundos, y ella pensó que vio un destello de deseo en sus impresionantes ojos azules.
Sin tener ella la más remota idea, la imagen de las manchas del vino tinto resaltando los suaves montículos de su pecho, se habían deslizado por la mente de él, y no solamente eso, él se preguntó si alguien más los había visto antes de que le pasara la servilleta para que se cubriera. En cuestión de segundos, sintió un calor precipitándose hacia su entrepierna. No era la primera vez en esa noche que sus pensamientos respecto a ella se habían descontrolado, y para esconder su mortificación, inmediatamente tosió con fuerza, retirando sus manos de ella y tirando de sí mismo hasta quedar completamente erguido.
“Albert, ¿Estás bien?” preguntó Candy con preocupación en la voz, colocando la mano el hueco de su codo.
El fingió toser un poco más, esforzándose en recobrar la compostura. Evitando un contacto visual directo, le aseguró, “Estoy bien.”
Stacy escuchó los ruidos y respondió desde atrás de la puerta, “Miss Candice, ¿Es usted?”
Mientras Stacy giraba la manecilla, Albert soltó una rápida observación antes de decirle a Candy buenas noches, “Se me olvidó decirte que te ves preciosa con el cabello suelto.”
Ante esto, una corriente de sangre caliente subió a sus orejas y mejillas, sin embargo, él no pudo verlo ya que se había marchado a toda prisa. Su prolongada estancia frente a la puerta y su fuerte tos ya había atraído la atención de curiosas miradas de las personas que se encontraban cerca.
Ya dentro de su habitación, Albert fue directamente hacia la regadera para aclarar su mente. ¿Por cuánto tiempo más debo seguir atormentándome de esta manera, reprimiendo mis fuertes sentimientos por ella?
Albert recordó los días de dulce tortura en el Apartamento de Magnolia, viviendo con Candy por cerca de dos años y medio. Ella había estado tan cerca pero a la vez tan lejos. Como hombre, había hecho acopio de toda su voluntad por mantener a raya sus deseos masculinos, todos los santos días. No podía precisar cuándo exactamente se había enamorado de ella. Debió haber sucedido gradualmente, poco a poco, y para el momento en que recuperó la memoria, ya era demasiado tarde. Su amor por ella había sido irrefutable, profundamente arraigado, y poderoso. Desde entonces, a pesar de sus mejores esfuerzos, no había podido revertir sus sentimientos por ella.
Ninguno de ellos pudo dormir mucho esa noche. Todavía había muchas incógnitas y dudas, pero ambos concibieron que algo había cambiado para bien después de su memorable abrazo cerca de la fuente. Albert deseaba en este momento poder llevar a Candy a algún otro lugar para poder hablarle cara a cara, solo ellos dos. Sin embargo, sabía que eso era imposible a esas horas de la noche. Incluso si pudiera hacerlo, temía que sus emociones pudieran volver a notarse y asumieran el control. Casi lo había perdido hace unas horas atrás cuando habían estado a solas, sentados uno al lado del otro en la banca del jardín bajo la luz de la luna.
En cuanto a Candy, estaba demasiado alterada como para dormirse, siendo bombardeada con sentimientos contradictorios como la aprehensión, consternación, impaciencia, emoción, y esperanza. Estaba entusiasmada por saber lo que le esperaba e intrigada de porqué Albert había optado por alterar su agenda a última hora a manera de pasar unos cuantos días más con ella. Además, todavía no quería descansar, reproduciendo en su mente cada uno de los momentos junto a él durante la fiesta de inauguración. Con eso, también formuló una explicación para la Señorita Pony y la Hermana María.
A la mañana siguiente, George había trabajado arduamente la noche anterior y exitosamente revisó la agenda de Albert, dándole a su joven jefe algo de tiempo para que pudiera desviarse y hacer una parada en el Hogar de Pony antes de regresar a Chicago. George tomaría el primer tren disponible hacia Nueva York y retornaría directamente a Chicago para lidiar con algunos asuntos urgentes en la sede central. Albert le dio a su fiel amigo y asistente su absoluta confianza, asegurándole que él podía manejar cualquier problema que surgiera. Por lo tanto, tomaron caminos separados.
Los ojos de Albert brillaron de regocijo cuando vio a Candy en su suite. Fue a informarle del nuevo plan, y estaba conmovido al ver que ella había prestado atención a su observación y hoy se había dejado el cabello suelto. De hecho, sin estar usando nada de maquillaje, para él su aspecto natural era más adorable. Candy entonces le relató que le había pedido a Stacy que le mostrara como peinarse el cabello de la manera en que Mary lo había hecho, y era más fácil de lo que había pensado.
Sir William luego le pagó generosamente a Stacy para que encontrara a alguien que pudiera quitar todas esas horrendas manchas del vestido de noche de Candy. “Este es mi regalo para Candy, y espero que no haya sido dañado permanentemente.”
“¡Comprendo, señor! ¡Sería una lástima que se arruinara!” la doncella no pudo estar más de acuerdo con él. Había mantenido la parte sucia húmeda a manera de que las manchas se mantuvieran ‘frescas’, y solemnemente le prometió a Sir William que encontraría a un profesional para que reparara el vestido y lo restaurara.
Desafortunadamente, Albert tenía que reunirse con unos contactos comerciales a quienes George estaba esperando, así que no pudo disfrutar el desayuno con Candy. “Regresaré a recogerte. Vayamos juntos a la estación de tren.”
Candy le asintió con comprensión antes de decirle adiós. “¡Entonces te veo más tarde!” apenas podía contener la emoción, ansiando en verdad pasar mucho tiempo con él en los siguientes días.
Como le fue comisionado, Stacy saldría con la Señorita Candice para hacer algo de turismo antes de llevarla de vuelta al hotel para tomar el tren de la tarde. Después de eso, su trabajo como asistente de la Señorita Candice habría terminado.
Desafortunadamente, cuando la Sra. Watts reapareció en la estación de tren, con valentía se negó al deseo de Sir William. Madam Elroy le había emitido la estricta orden a la Sra. Watts de quedarse pegada a Candice todo el camino a casa. Para probar sus palabras, la Sra. Watts sacó una breve nota de su bolso, escrita por Madam Elroy en caso de que esto sucediera.
‘Querido William,
Es sumamente inapropiado para Candice viajar solamente contigo aunque seas su padre adoptivo. Por favor respeta mi deseo de proteger su reputación.
Atentamente,
Elroy’
Después de haber puesto mucho esfuerzo en cambiar su agenda con George, Albert estaba terriblemente disgustado, pero no se sorprendió que su tía haya visto esto venir. Percibió que ella había permanecido escéptica referente a sus verdaderos sentimientos por Candy. Por un lado, pudo haber hecho uso de su autoridad para despedir a la Sra. Watts, pero por el otro, su acción no solamente despertaría las sospechas de su tía sino que también la ofendería innecesariamente. De hecho, desde que oficialmente había asumido su papel como jefe de la familia, había estado trabajando arduamente para mejorar la relación de Candy con su tía, y el hecho que su tía hubiera suavizado gradualmente su actitud hacia Candy con el tiempo, había sido alentador. Por lo tanto, sería poco sabio tomar una apresurada decisión que pudiera terminar por echar a la basura todos sus esfuerzos anteriores.
Así que Albert utilizó sus habilidades de negociación para influenciar a la Sra. Watts, y ella cedió al final. Viajarían y cenarían juntos pero no compartirían el mismo compartimiento privado en el tren. Albert entonces le lanzó una afligida mirada a Candy, quien estaba tratando de hacer su mayor esfuerzo para enmascarar su absoluta desilusión de tener con ellos un tercero en discordia durante todo el viaje.
Note: Me acabo de dar cuenta que de hecho “Darren”, es el nombre de un personaje en otro fic de Candy Candy. Debo decir que esto es pura coincidencia ya que nombré así a mi personaje en honor al adorable hijo de una amiga. 🙂 De todas formas, este es el capítulo más largo hasta ahora, y si hay algún error de escritura, por favor amablemente háganmelo saber. Anticipadamente, ¡Muchas gracias!
I enjoyed the episode. I think is kind of sad that they cannot express their feeling because everyone will judge.
Eliza is and will be a witch for the rest of her life. Hopefully, they will have more time to talk about their feelings in the next episode.
Thank you for reading, Stormaw! 😘
Yes, their legal relationship was a predicament that Mizuki had put them in. Sigh… 😔 Anyway, thank you very much for sending me your feedback! ❤
Waow!!!! Hermoso, los celos de William, ahhhh perfecto, esa Sra. Wats que mal tercio!!!!
Saludos y nos leemos pronto!!!!
Gracias! Muchas gracias, Liovana! 😍😘💓
Me encanto este capitulo!!!
¡Muchas gracias, Tiny 12!! 😍😘